jueves, 6 de junio de 2013

LA SIMBOLOGÍA BERRETA DE LA HUMILDAD, O LA REVOLUCIÓN DE LAS BIC



Por Claudio Cháves 

Cuando se repasan los discursos o las improvisaciones ante cámaras y  micrófonos que Néstor Kirchner realizaba,  en su época de mayor esplendor, se puede apreciar de qué manera recurrente apelaba, independientemente de su discurso político, a dos valores que, según definición, engalanaban su personalidad. ¿Cuáles eran ellos?
¡El valor de la humildad y el rechazo  a la hipocresía!
Recorra el lector aquellas “piezas oratorias” y sume las veces que esos  vocablos  integraron sus exposiciones. Se sorprenderá de lo repetitivo del término.
-         ¡Lo digo humildemente!
-         ¡No hay que ser hipócritas!
Hizo del culto a la sencillez y la simpleza una escuela política muy a tono con sus piezas oratorias.
Su estilo, sus maneras, su estética, hablaba de un hombre detenido en el tiempo. No hay duda de ello, pues su programa de gobierno y su cultura política fundían en el pasado.
Con sus trajes cruzados y sus mocasines, el 70’ le brotaba por los poros. La vida y los años, ¡al fin y al cabo!  no lo habían cambiado.
Asomaba como un individuo leal a su historia personal. ¡El valor de ser siempre el mismo! Los cargos y el dinero no habían logrado travestirlo.
¡No vengo a gobernar el país para dejar mis ideales afuera de la casa de Gobierno! Advertía.
Por eso cuando firmó en el cuaderno de la Casa Rosada su nombramiento como Presidente, de ninguna manera aceptó la pluma fuente que le alcanzó el Escribano de Gobierno. La rechazó de plano. Seguramente  por   elitista y oligárquica. De su bolsillo “peló” una Bic, republicana y plebeya y estampó su firma para la historia. Alzó la birome, desafiante, y el establishment tembló.    
Todo él transpiraba sencillez, simpleza, humildad y compromiso. Naturalmente.
Hoy esa birome descansa en el Museo del Bicentenario junto a sus mocasines, a la vista  del desprevenido paseante que se interroga acerca de la historia nacional.

Sin embargo la realidad a veces es más compleja: un hombre puede ser distinto a cómo se muestra. O al menos en algunos casos. El sabio dicho popular “Dime de qué alardeas y te diré de que careces” pareciera cumplirse con el ex presidente, manifestándose una personalidad sorprendente: amante desaforado del poder y receloso acumulador de dinero. Al punto de ser uno de los hombres de mayor fortuna del país.
Aquél Kirchner, inocentón y rupestre, ocultaba un hombre cicatero y complejo.  

La payasada, ayer, se volvió a repetir. Su alter ego, el Diputado Rossi, al firmar el libro de su nombramiento, rechazo con energía revolucionaria la lapicera neoliberal. Estampó su firma. La alzó triunfante. Buscó la foto. Y como si fuera el gorro frigio de los marselleses o la hoz y el martillo de los obreros de Petrogrado, la blandió heroico ante la barra ululante que lo aclamaba. Todo un símbolo de los tiempos que corren.

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