jueves, 23 de mayo de 2013

LA IGLESIA CATÓLICA EN LA REVOLUCION DE MAYO DE 1810



 
 
Por Ricardo Díaz
 
 
                                                           “Viva compatriotas
                                                           Nuestro patrio suelo,
                                                           Y la heroica Junta
                                                           De nuestro Gobierno”
                                                
  (Fragmento de “Canción Patriótica” de 1810)
 
   Muchos son los historiadores que señalan, repitiendo como conspicuos loros, que la Revolución de Mayo de 1810 tubo como causa la revolución francesa, y pocos son los historiadores que demuestran que, nuestra  Revolución de Mayo fue militar y católica, - aunque el factor militar, encabezado por Saavedra, fue más difundido, pero silenciando el ferviente catolicismo del presidente de la primera Junta de Gobierno - Claro que también estaba el ídolo de la historia oficial, difundida por los medios de comunicación,  y de gran parte de la sociedad argentina: don Mariano Moreno, anglófilo y jacobino él.
   Pero veamos otra estrofa da la “Canción Patriótica” publicada por “La Gaceta de Buenos Aires” el 15 de abril de 1810: “No es la libertad
                                                                  Que en Francia tuvieron
                                                                  Crueles regicidas
                                                                    Vasallos perversos:
                                                                    Si aquellos regaron
                                                                    De su patria el suelo
                                                                  Con sangre, nosotros
                                                                    Flores alfombremos.
 
   El 22 de mayo, el cabildo abierto contó con la presencia de veintisiete sacerdotes, que se pusieron del lado de los que opinaban que debía cesar el mandato del virrey y que quedara el gobierno en manos del cabildo. Este parecer tuvo la oposición del sacerdote diocesano, doctor Lué y Riega, puesto que “al haber España conquistado, poblado y civilizado América, le corresponde el mando antes que a las poblaciones de aquí”. Pero, la solicitud popular presentada al cabildo en la mañana del día 25, pidiendo la constitución de una Junta y el envío de expediciones militares al interior, fue suscrita por diecisiete sacerdotes. Una vez constituido el nuevo gobierno, se le pidió al Obispo Lué su acatamiento. El prelado contestó que obedecería a la autoridad constituida, pero pidió que se lo exima de concurrir en ese día y el siguiente a la Sala capitular.
  
   La actuación de los clérigos en los acontecimientos de Mayo tiene su explicación si se considera la formación intelectual de estos, no tanto por el colegio de San Carlos, ni tampoco por el estudio del derecho que, según el doctor Julián Segundo de Agüero, no era conocido en ninguna de las escuelas de esta parte de América, sino por el anhelo de instrucción a través de los libros que llegaban a manos del clero. En una donación de libros, hecha en 1810 a la biblioteca creada por la Junta, se pudo observar que no eran exclusivamente piadosos los libros que leía el clero, sino  también temas referidos al poder, como, por ejemplo, la doctrina política difundida por los jesuitas, que ya habían sido expulsados de estos territorios, pero cuyos escritos quedaron entre nosotros, por lo menos las que se salvaron del fuego.
  
   También se pudo detectar toda una orientación emancipadora en el claustro franciscano de Buenos Aires. El comisario de Indias de la Ordenfranciscana, fray Manuel María Truxillo, dirigió en 1786 a sus subordinados americanos, una “exhortación pastoral” invitándolo al cultivo de las letras y al acrecentamiento del desarrollo intelectual.
  
   Los clérigos que concurrieron al cabildo abierto fueron: Doctor Juan Nepomuceno de Dola, cura de Monserrat; fray Ignacio Grela, de la Orden de predicadores; fray Pedro Santibáñez, guardián de la Recolección;  fray Pedro Cortinas, guardián del convento de la Observancia; padre prefecto del convento betlemítico, fray José Vicente de San Nicolás; doctor Julián Segundo de Agüero, cura rector del sagrario de la Catedral; doctor Nicolás Calvo, cura rector de la parroquia de la Concepción;; doctor Domingo Belgrano, canónigo de la Catedral; doctor Melchor Fernandez, dignidad de la Catedral; doctor Florencio Ramirez, dignidad de maestrescuela de la Catedral;  doctor Antonio Sáenz, secretario del cabildo eclesiástico; fray Manuel Torres, provincial de la Merced; fray Juan Aparicio, comendador de la Merced; doctor Luís José Chorroarín, rector del real colegio de San Carlos; fray Ramón Álvarez, provincial de San Francisco; doctor Pascual Silva Braga; fray Manuel Alvariño, prior de Santo Domingo; doctor Bernardo de la Colina, presbítero; doctor Dámaso Fonseca, cura rector de la Concepción; doctor Pantaleón Rivarola, presbítero; doctor Manuel Alberti, cura rector de San Nicolás; doctor José León Planchón, presbítero; doctor Juan León Ferragut, capellán del Regimiento de Dragones; doctor Vicente Montes Carballo, presbítero, y doctor Ramón Vieytes, presbítero.
El rector de San Nicolás fue designado, luego, vocal de la Junta de Gobierno. En el cabildo abierto, el presbítero Ramón Vieytes propuso que la Junta fuese elegida “explorando la opinión del pueblo por cuarteles”, variante de la propuesta de Castelli que quería que fuese elegida “por el pueblo (principal) en cabildo abierto”.
  
   Según “La Gaceta”, la adhesión de los clérigos no fue solo de palabras y testimonio, sino también de cooperación pecuniaria, contribuyendo en toda forma a su sostenimiento y solidificación, desde la instalación de la primera Junta hasta tiempos posteriores al Congreso de Tucumán, con la figura relevante de fray Justo Santa María de Oro, al cual no pudo ocultar ni siquiera la historia oficial. También se destacó, como periodista, fray Francisco de Paula Castañeda, con su filosa e irónica pluma.
  
   En el interior, según el historiador Bernardo Frías en su “Historia de Güemes y de Salta”,  “…apenas la noticia de los sucesos de Mayo hubieron llegado allí, de todos los rincones de aquellas montañas, del seno de aquellos valles, al pie de todas aquellas iglesias, de parroquias y de todos aquellos púlpitos, comenzaron a derramarse las nuevas doctrinas que bajaban a los pueblos desde los labios de sus curas. Hombres de virtudes y ciencias crecidas, como lo eran muchos de ellos, habían cosechado en la universidad las luces de la inteligencia, y yacieron perdidos en aquellos rincones, sin hacer ruido en el mundo hasta que, en 1810, levantando la voz, esparcieron por la patria, la influencia más poderosa que se puede tener sobre los hombres; y movieron poblaciones enteras al sostén de la nueva causa, que anunciaban como la de una segunda y ansiada redención”.

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