domingo, 17 de febrero de 2013

LEX ORANDI, LEX CREDENDI ¡QUE NO SE SEPA!



Por Emilio Nazar Kasbo
Hubo una vez un feligrés “tradicional”, cuyo nombre era Tránsito, de esos que creen que la única Verdad teológica es portada por la Iglesia Católica, de esos que creen que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación, de esos que creen que quien muere en pecado mortal se va al infierno.
“Parchetto” era uno de los apodos de otro feligrés, aunque su verdadero nombre era  Butter Tiquismico. Le decían “Parchetto” porque era como un “parche” para todo. Él no soportaba a Tránsito, porque afirmaba que era un “fariseo”, de esos que se preocupan por exterioridades pero dentro le faltan “sentimientos”, un hombre de mucha intelectualidad pero de poca sensibilidad. En cambio, Parchetto se veía a sí mismo como una persona cuyas emociones en la Misa y en las actividades religiosas lo hacían vibrar, sobre todo por concurrir a esas Misas carismáticas, aunque también había tenido oportunidad de ir a las Misas del Camino Neocatecumenal, todo en un clima festivo y alegre, porque para él la Misa es una fiesta, un lugar de encuentro de amigos donde todos pueden cantar y bailar de felicidad, como bailó David en su oportunidad.
Claro, Parchetto había visto además una película hacía un tiempo llamada “Footlose” en que mostraban una ciudad pacata que no apreciaba el Rock, con una familia de tipo puritano que no daba lugar a la rebeldía juvenil. Sí, esa película reflejaba bien sus sentimientos para con Tránsito, como dos antónimos, como Homero Simpson y su vecino el señor Flanders. El “orden” ridículo, “tradicional”, del “respeto por antepasados”, era enfrentado a lo “auténtico”, a sentir la Fe, a encarnar además una causa social en que se busca solucionar los problemas reales, la pobreza, la marginalidad, la falta de servicios básicos y de oportunidades ante tanta injusticia en el mundo. En vez de tales preocupaciones, Tránsito se ocupaba de temas “teológicos”, pero… ¿quién come Teología? Lo importante, en este mundo, es comer.
Claro que además había diferencias teológicas, ambos no compartían la misma Fe, aunque parecían integrar la misma Iglesia Católica. Tránsito iba a Misa de San Pío V, en Latin, su esposa usaba mantilla, comulgaban de rodillas y en la boca, y conservaban todo lo sublime para Dios en la liturgia, acostumbraban en su familia a rezar todos juntos, la esposa de Tránsito usaba pollera, creían en el amor por siempre fundado en el Sacramento y en las gracias que el Sacramento del Matrimonio otorga, no contemplaban el método Billings como sistema anticonceptivo sino como un método conceptivo, amaban la familia numerosa como una bendición de Dios confiando siempre en la Providencia, y afirmaban ser tradicionales militantes antimodernistas. Para Tránsito, la Fe es una Gracia que Dios concede a quienes deciden aceptar ser instrumento de Su Voluntad. Claro que además creía en milagros.
Todo lo que apreciaba Tránsito, era despreciado por Parchetto. Los ritos, la liturgia, las formalidades, las precisiones teológicas… eso es para mentes fariseas, decía. Parchetto no creía en nada de eso, sino más bien que todo el universo sirve como iglesia donde encontrarse con Dios, cualquier lugar, y además Dios es tan bueno para él que Dios no condena a nadie, porque eso lo convertiría en malo, de modo que el infierno no existe para él y para todos los que piensan como Parchetto. En la Misa sin formas ni ritos, lo más importante es el sentimiento, que se logra mediante el uso de instrumentos de percusión y un buen rock, para pasarla bien. Una hora semanal es algo tedioso, así que la gente tiene que ser invitada para una diversión, porque de lo contrario se irán. El sacrificio, la mortificación, los ayunos y abstinencias, y todo lo que hace a la renuncia a las comodidades, no era más que una tontería en la concepción de Parchetto ¿Acaso Dios no creó todo bueno? ¿Por qué habría de privarme de tantas cosas buenas en este mundo? Parchetto se consideraba un hombre con una libertad plena, porque no obedecía a nadie, tampoco al Papa, sino que lo tenía por un hombre representante de la Iglesia pero que nula influencia tiene en el mundo y en la Fe. Ni Ritos, ni Mandamientos, ni precisión en la Fe, ni obediencia a nadie, sino vivir en este mundo igual que cualquier persona no católica era su deseo Para Parchetto, nada diferencia a un católico de quien no lo es. Es más, él consideraba su Fe como algo “maduro” y “adulto”, no como esa “fe infantil” de Tránsito. Parchetto enseñaba Catecismo a los niños de Primera Comunión, y les enseñaba que os milagros son hechos simbólicos, el milagro más prodigioso es que la gente comparta su comida y sus bienes, la Consagración de la Misa también es un hecho meramente simbólico que representa a la comunidad de fieles que comparten la vida en el mundo, y el Santoral es un mero cuento lleno de exageraciones sobre la vida de los Santos, que mientras más antiguos son más fantasiosa resulta ser la historia. Sí, Parchetto tenía un discurso social muy fuerte, y consideraba que Jesús vino a salvarnos de la esclavitud del egoísmo enseñándonos a compartir.
A la salida de Misa, Parchetto conocía a todos los niños que pedían limosna, conversaba con ellos, les hacía chistes y les daba alguna monedita. Él consideraba que estaba solucionando así la “discriminación” de todos los feligreses, que se apartaban de esos niños como si tuviesen lepra. Internamente se alentaba considerando que dedicaba su tiempo y esfuerzos a los “pobres, a los desposeídos, a los desvalidos, a quienes ninguna oportunidad tienen en la vida”.
Una vez, antes de retirarse Tránsito, a la salida de la Misa, en silencio, vio a una de las niñas desarrapadas con quien Parchetto usualmente conversaba. Era un día importante, y por eso se decidió: le dio un billete azul de cien Pesos a la niña, toda sucia y desgarbada, que tendría unos tres años de edad. Sí, la niña no se dio cuenta de la suma que tenía en sus manos, ni de su significado. Ese billete habría servido a Tránsito para solventar los gastos de cinco días de su familia en aquél tiempo.
En las manos de la niña, el billete de tonalidad azul fuerte, se mezcló con otros de dos Pesos, de un color más claro, tirando a celeste. Sin embargo, en la oscuridad de la noche apenas eran perceptibles… pero Parchetto lo percibió.
Tras ver el billete de 100 Pesos e identificarlo, Parchetto empezó a hablar con la niña, mostrando una gran generosidad y amabilidad:
-          Mirá, si me das ese billete que tenés en la mano, ¡yo te doy uno de cincuenta Pesos!
Y la niña se lo dio, pensando que hacía un “negocio”, porque ella no sabía distinguir la diferencia entre el billete de dos Pesos y el de cien ¡Nunca antes había recibido un billete de cien Pesos!
Mientras tanto, Parchetto pensaba en su interior:
-  Nadie se va a dar cuenta de esto… igual, 100 Pesos es mucho para ella, y con 50 le tiene que alcanzar y debiera conformarse. Yo necesito también ese dinero, y además ellos no tienen nada, así que ni se van a dar cuenta e igual se van a sentir contentos por el billete de 50 ¿Para qué quieren tanto? ¿En qué se lo van a gastar? ¡si después se lo dan al papá y se lo gasta en vino, o a la mamá y se lo gasta en cualquier coquetería superficial! Igual ellos tampoco pierden, porque 50 Pesos les tiene que alcanzar…
Y así, mostró en la práctica su “sentimiento de Fe”, y su desprecio por Dios y por los Mandamientos. Igual… ¿quién se iba a enterar? ¿Acaso Dios le iba a reclamar algo? ¿O no está justificada ampliamente la acción, en un acto de justicia, porque todos debemos compartir?
Parchetto siempre hablaba de que existen “dos Iglesias”, una compuesta por la “rama conservadora”, a la que pertenece el “fariseo” Tránsito, y otra por la “rama progresista”, que proclama la libertad y la solidaridad, sin ritos, sin límites, sin formalismos. Son dos Iglesias, son dos modos de vivir la Fe, y el Concilio Vaticano II estableció que hay que ser “progresista”, estar con el pueblo, seguir al pueblo, porque de nada sirve el cura que da la Misa solo, o que da la Misa de espaldas al pueblo y en latín, un idioma que nadie entiende. El progresista es la persona que tiene la “fe madura”, el racional, el que no teme creer en el evolucionismo, en la ciencia, en contra de los oscurantistas medievales tradicionalistas. Parchetto es de los que piensan que un día el Papa tendrá que aprobar matrimonios homosexuales, hacer ecumenismo sin límites porque todas las religiones son igualmente simbólicas, porque no hay verdad, y porque lo importante es la cuestión social, que el Papa tiene que aprobar los métodos anticonceptivos, el aborto, la eutanasia, las relaciones prematrimoniales y los organismos internacionales que los imponen como condición del otorgamiento de créditos en pos de un gobierno mundial. El tradicionalista es “pasado”, y el progresista es “presente y futuro” para él.
Claro, Tránsito no se guía por el juicio propio como Parchetto, sino que se atiene al Magisterio Eterno de la Iglesia Católica. Cree que primero es el Orden Sobrenatural, y que en pos del mismo se orienta el Orden Natural, que la inteligencia y la voluntad del creyente se hallan orientadas por la Gracia, y que la Verdad en sí es Absoluta. Para Tránsito las cosas son claras, y no existen “dos Iglesias”, porque tal afirmación fue condenada por San Pío X en la Encíclica Pascendi Gregis.
O tal vez sí haya dos Iglesias: la de siempre, y la efímera que está y estará al servicio del Anticristo… y al parecer, Parchetto pertenece a esta última. Sin odios, Tránsito siempre pasó su vida en este mundo rezando por su correligionario, aguardando que Dios iluminara su corazón y lo convirtiera a la Tradición… porque fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.
El tradicionalista y el progresista salían de Misa… ¿cuál de los dos creen que regresó a su casa justificado?
O la Iglesia de siempre, o una “iglesita falsa”. Lex orandi, lex credendi… res, non verba.

1 comentario:

  1. Excelente historia, maravillosa moraleja y enseñanza, Emilio.
    Y que triste realidad encierra.

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