sábado, 27 de octubre de 2012

BICENTENARIO ENTREGA BASTÓN DE GENERALA A LA VIRGEN DE LA MERCED-




Por Tcnl. José Javier de la Cuesta Avila (LMGSM 1 y CMN 73)

      El 27 de octubre de 1812. el General Manuel Belgranoacordó con las autoridades de San Miguel del Tucuman, que se realizaría  la tradicional procesión honrando a la Virgen de la Merced que no pudo efectuarse el 24 de septiembre cuando en la Batalla del Campo de las Carreras se lograra la victoria sobre los realistas comandados por el Brigadier General Pío Tristan.

      La mañana de hoy, 27 de octubre de 2012, congrego en la Plaza Belgrano, en la ciudad de Tucuman, a un numeroso grupo de ciudadanos reunidos con motivo del patriótico hecho. Se reunieron a los tucumanos un conjunto de "gauchos" jujeños que desde su ciudad marcharon montados para ser parte del homenaje.

    La Imagen "viajera" de la Virgen de la Merced entro en la plaza al son de marchas militares mientras las banderas de las delegaciones se elevaban en su honor. Personalidades presentes de Tucuman y Jujuy hablaron con emoción sobre el acto y recordaron que sobre la tierra en la que se estaba  se habia luchado cubriendo con sangre criolla y española el lugar. Uno de los oradores repitió el nombre de los paisanos criollos que mirieron en el combate mientras los asistentes a coro señalaban su presencia en espíritu ante todos.

   Posiblemente este fue el unico lugar de nuestra Argentina en la que se recordó aquel momento tan singular enb el cual el General Belgrano honro a la Virgen de la Merced y la hizo generala de su ejercito. 

LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO HOY



Confrontados a una situación inédita, el católico de hoy, sobre todo el intelectual católico, tiene una misión inédita y debe, por consiguiente, dar una respuesta inédita. Antes de abocarnos al contenido de tal respuesta, no dejará de ser útil un sucinto análisis histórico de las distintas etapas de la cultura, para considerar la diversidad de reacciones que caracterizaron a los católicos. 
Es indudable que la Edad Media conoció una admirable Weltanschauung, una cosmovisión muy esplendorosa del mundo. Durante esa época, el orden natural y el orden sobrenatural eran, sí, órdenes distintos, pero en modo alguno divorciados. Así como en Cristo la naturaleza humana y la divina se unen en la Persona divina sin dejar de distinguirse, así lo temporal se unió con lo eterno, lo carnal con lo espiritual, lo visible con lo invisible, sin perder cada ámbito su límite de autonomía. 
El mundo ofreció entonces un espectáculo cultural verdaderamente arquitectónico, catedralicio. La filosofía, por ejemplo, asumiendo todo lo que era valedero en el pensamiento tradicional de Platón, Aristóteles, Plotino, etc., lo injertó en el cosmos de la Revelación. Al fin y al cabo aquella tradición no había sido sino una suerte de “preparación evangélica”, como la calificaron lo Padres de la Iglesia. ¿Acaso no decía Clemente de Alejandría: Quién es Platón sino Moisés que habla en griego, como queriendo afirmar que la verdad natural era coherente con la sobrenatural, ya que ambas tenían, en última instancia, a Dios por autor? La arquitectura medieval, concretada tan maravillosamente en las catedrales, románicas y góticas, al tiempo que enseñaba al pueblo a orar en la belleza, insuflaba una nostalgia de la Belleza sustancial. La música, sea la del órgano, sea la de las voces humanas, esa música que rebotaba de arco en arco, llenando los recintos sagrados, no era sino la parte humana de un concierto que reunía los ángeles y los hombres, eco de la armonía trinitaria. La política conoció asimismo en aquélla época uno de sus picos históricos, pudiendo verse en la imagen de San Luis, rey de Francia, la encarnación del gobernante católico, aquel en quien la Fe era algo penetrante, algo que imbuía todo el orden temporal cuyo encargo había recibido, en última instancia, del Emperador Celeste, de quien era vicario en el orden temporal. La literatura, en sus diversas expresiones, desde los Cantares de Gesta hasta la Divina Comedia, constituía, en cierto modo, una especie de prolongación de la Sagrada Escritura, en el sentido de que seguía exponiendo el plan de Dios a través de las letras. 
En fin, un orden temporal empapado de sacralidad. El papel del intelectual católico de entonces no era sino concretar esa visión temporal y trascendente en el marco de las instituciones, que tanto lo ayudaban para dicho cometido. 
Con la aparición del Evo moderno poco a poco, las cosas van a ir cambiando, pero en una dirección muy determinada, progresiva y disolvente. La filosofía comienza a abrir caminos desconocidos, adentrando al hombre en una interioridad cada vez más enclaustrada, en un distanciamiento creciente entre la realidad conocida y el sujeto cognoscente, hasta quedar este último encerrado en una total inmanencia; ruptura total del ser y del conocer. El artista, inspirando sus principios en la nueva filosofía, pretendió emular en cierta manera la actividad creadora de Dios, pero no con el espíritu de humildad intelectual que había caracterizado al período medieval, sino con un ímpetu de soberbia y autonomía evidentes; en un largo proceso que comienza, sintomáticamente, con la representación de un hombre desmesurado en su musculatura, como nos legó el por otro lado admirable Renacimiento, llegamos a la destrucción plástica del hombre en Picasso y su ulterior arbitraria reconstrucción, con total independencia del Arquetipo supremo, a cuya imagen y semejanza había sido hecho. La música se lanzó también a un proceso de exaltación del hombre; buscando más “expresarse” que expresar la armonía divina, acabó por destruirse a sí misma, reduciéndose a no ser sino puro ritmo, estruendoso ruido, sin contenido, sin armonía, sin serenidad. 
La política olvidó sus instancias superiores, la autoridad se desvinculó del poder divino como de su fuente, y se lanzó por las vías de un maquiavelismo creciente hasta llegar a la masificación contemporánea o al esclavismo comunista. 
La literatura cortó amarras de las Sagradas Letras, desembocando en sus últimas etapas de una poesía sin sentido y una novelística pornográfica. 
Por supuesto que sería injusto decir que, desde el Renacimiento hasta acá, no ha habido aciertos filosóficos, ni arte ni belleza. Baste para probar lo contrario el admirable Mozart, el sin par Shakespeare, el inmortal Rodin. Lo que queremos decir es que, como lo ha explicado admirablemente Berdiaeff, paso a paso el hombre ha ido transitando del estado orgánico al estado mecánico, es decir se ha ido des-ligando, des-vinculando, abandonando sus ligazones, para hacer, como el hijo pródigo, la experiencia de la libertad. El resultado: apacentar puercos. Porque la buscada “libertad” no era sino un espejismo. Cuando el hombre decidió romper sus lazos naturales y sobrenaturales, no conquistó la libertad sino que se volvió servil, esclavo. Cuando el hombre cae de Dios, decía S. Agustín, cae también de sí mismo. El conjunto de estos hombres “emancipados” constituyen el mundo moderno. Lo que el Magisterio Eclesiástico ha dado en llamar “mundo moderno”, más que una designación cronológica, es una cualificación axiológica para designar a un mundo independiente de Dios y de la verdad. Aquella unión de lo divino y de lo humano, que tan bien caracterizó a la Edad Media, ha desaparecido. 
Subsiste lo divino, sí, pero acosado, restringido a lugares y tiempos determinados, en una palabra, marginado; subsiste lo humano, sí, pero exaltado, emancipado, hecho absoluto. La unión hipostática se ha roto. Lo que Dios había unido, el hombre lo ha desunido. 
Si pasamos ahora a la consideración de lo acaecido en nuestra Patria durante la última centuria, en relación con la materia que nos ocupa, debemos señalar que, si bien hemos sufrido las consecuencias de ese pasado decadente, sin embargo se han producido reacciones verdaderamente inteligentes. Entre ellas, no podríamos dejar de nombrar los Cursos de Cultura Católica, donde se intentó dar una respuesta integral a los problemas de nuestro tiempo. El pensamiento de Chesterton, Belloc, el primer Maritain, de Koninck, Garrigou-Lagrange, inspiró ese grupo, integrado por lo mejor de la inteligencia argentina de aquel tiempo, no por pequeño menos influyente. Citemos a Casares, Pico, Bernárdez, Ballester Peña, así como las revistas de gran nivel en las que colaboraron, como Criterio, Ortodoxia, Sol y Luna. Pensamos que esa generación supo dar una respuesta más adecuada al mundo moderno que la que ofreciera la generación anterior, la de Estrada, Goyena y Felix Frías, valiente en sus batallas, pero algo teñida de liberalismo de la época. La reacción de los Cursos fue de veras integral, sin concesión alguna al adversario, sin temor alguno a la impopularidad. 
Además de los Cursos, y luego de su desaparición, se podrían señalar otros intentos de nuclear el pensamiento católico argentino. Por ejemplo, los congresos del Instituto de Promoción Social Argentina, el brillante Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana (iniciativa del Dr. Alberto Caturelli) que sin duda marcó un punto de referencia inolvidable para el que algún día escriba la historia del catolicismo en nuestra Patria; también organizaciones como la UCA, que inició Mons. Derisi, el Ateneo de Cuyo, OIKOS, el Instituto de Filosofía Práctica y revistas varias. 
A pesar de estos y otros intentos, sin embargo pareciera haber prevalecido en no pocos ambientes católicos, una falsa apertura al mundo, mediante la cual algunos buscaron hacer “simpática” la Fe. El católico, en vez de iluminar las tinieblas de nuestra Patria, renunciaba a ser luz y se ponía en el furgón de cola de un tren que parece correr hacia su ruina. El católico, en vez de convertir al mundo, se abría indebidamente al mundo, no para salvarlo sino, si se me permite un dura expresión, para ser salvado por el mundo, ya socialista, ya demoliberal. 
Quisiéramos señalar también otra falsa actitud de algunos católicos. Por el deseo de dar vitalidad a la fe católica, anhelo loable como el que más, pretendieron propagar un catolicismo divorciado de la doctrina. Lo que importaba no era tanto la doctrina cuanto a la vida, o, como se decía con frecuencia, “la vivencia”. Y así se fueron formando diversos grupos de católicos que agotaban su actividad en encuentros, intercambios de experiencias, ruidosas manifestaciones masivas, sin profundizar su fe. Un sacerdote brasileño, experto en grupos juveniles, autor de libros y discos para jóvenes, el P. Zezinho, tras una larga experiencia en esta actitud pastoral, constató dolorido que sus jóvenes: “le habían dado a Cristo el corazón pero no le dieron la cabeza”. 
Ninguna de estas soluciones es aceptable. Todas estas corrientes -las tercermundistas, las vivencialistas- en última instancia, aceptan el mundo contentándose con agregarse “un suplemento de espíritu”. No es esa la tarea. Tras discernir lo que en el mundo es salvable, y lo que en el mundo es irrescatable, como sería lo informado por “el espíritu del mundo”, el mundo mundano, si se me permite la reiteración, es menester llevar a cabo aquello que el Concilio Vaticano II llama “la consagración del mundo”. Pero antes de bautizar el mundo contemporáneo es menester exorcizarlo de todos sus demonios, porque como dice el mismo Concilio, es deber de los laicos coordinar “sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo, cuando incitan al pecado” (Lumen gentium 36). Pero, como dijimos, tras exorcizar hay que consagrar, ya que, según dice el mismo Concilio: “Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo… para instaurar en Cristo el orden de las realidades temporales” (Apostolicam Actuositatem 7). 
Luego de estas ideas introductorias, tratemos de exponer ahora la labor, que a nuestro juicio debe desarrollar en las actuales circunstancias el que quiere “iluminar” al mundo, la misión del intelectual católico. Porque se trata de una función “iluminatoria”. Parece propio de la inteligencia iluminar donde imperan las tinieblas. Y si esta función ha sido siempre necesaria, hoy lo es más que nunca ya que las tinieblas se han espesado. En el fondo no es otra cosa que una participación en la tarea iluminante de Aquel que dijo: “Yo soy la luz”, “he venido a traer la luz del mundo”. La luz sobrenatural, pero también, en cierto modo, la natural. Donde hay luz, allí en última instancia está Cristo, la luz del mundo. 
¿Y cuáles son los ámbitos que el intelectual católico deberá iluminar con su presencia y, sobre todo, con su sabiduría? 
Ante todo el ámbito de la filosofía. En el campo de la filosofía, el proceso de decadencia al que antes hemos aludido, se ha hecho más evidente que en ningún otro terreno. El intelectual católico deberá conocer lo mejor posible las distintas corrientes filosóficas que, partiendo de Descartes, han culminado en el marxismo y el Nuevo Orden Mundial globalista. Pero deberá conocer mucho mejor aún la filosofía perenne, que encuentra una magnífica concreción en el pensamiento de S. Tomás. Tal será su punto de referencia, que le permitirá pronunciar un “juicio” sobre toda filosofía que se aparte del recto camino hacia el ser. Nada más lejos del eclecticismo que esta posición. Sabemos bien que en la universidad el joven se forma en el conocimiento de las diversas filosofías, no asignándoles más valor que el de su aparición cronológica. El filósofo cristiano no puede ser un mero espectador del devenir filosófico, ni un coqueteador de las filosofías en boga; debe ser un enamorado del ser, del ser natural y del Ser Sobrenatural. Su oficio no consistirá sólo en “conocer” diversas filosofías sino “juzgarlas” desde el punto de vista inconmovible de la verdad no solo conocida sino saboreada. Su oficio no consistirá tampoco en una repetición mecánica de la ortodoxia escolástica, sino que valiéndose de la vigencia perenne de sus principios, sabrá iluminar la realidad del hombre de hoy y responder a sus acuciantes problemas. Es más importante saber responder las objeciones de Marcuse o de Gramsci que las de Durando o de Abelardo. 
Otra rama de la cultura la constituye el mundo del derecho. Las épocas de plenitud cultural supieron distinguir el Derecho Divino, el Derecho Natural y el derecho positivo. Tras negarse el Derecho Divino, los hombres pretendieron establecer justicia en base al Derecho Natural y positivo. En un paso ulterior sólo quedó el derecho positivo, ya que se afirmó lisa y llanamente la inexistencia de todo derecho anclado en la naturaleza humana. Hoy asistimos a la negación del mismo derecho positivo. Sólo queda el derecho del más fuerte. El papel del jurista católico es pues ingente en medio de la sociedad, debiendo remontar de manera inversa los jalones de la destrucción. Será menester recrear todo el derecho positivo, anclándolo en el Derecho Natural, y éste entendiéndolo como participación en el hombre del Derecho Divino. Sólo así la sociedad volverá a encontrar la jurisprudencia que merece. 
El intelectual católico deberá asimismo iluminar el campo de las ciencias. Campo especialmente privilegiado por los enemigos de Cristo y de la Iglesia. No en vano numerosos exponentes del proceso destructivo proclaman un “materialismo científico”. Será preciso volver a ubicar este campo del conocimiento en su verdadero lugar, en dependencia de Aquel que es el comienzo y el fin de toda ley física, de toda propiedad química. Einstein, nada menos, llegó a sostener que “la ciencia sin la religión está renga, y la religión sin la ciencia es ciega… Yo no estoy interesado en este o en otro fenómeno, ni en el espectro de un elemento químico. Quiero conocer el pensamiento de Dios; lo demás es un detalle”. Si el universo canta la gloria de su Creador, si este mundo, con sus leyes admirables es, al decir de S. Agustín, “el gran poema del inefable modulador”, tocará al científico católico hacer cantar a la ciencia un cántico siempre nuevo. 
Los descubrimientos científicos ya no constituirán pretendidos argumentos contra la fe, sino un trampolín hacia Dios, en continuidad con la visión que nos ofrece la Sagrada Escritura despertando en nosotros la admiración por el orden, la hermosura y la sabiduría que resplandecen en la creación. 
Otro campo que el intelectual católico tendrá que iluminar es de la política. Este ámbito de la actividad humana –y cuán humana- está evidentemente herido. La expresión misma ha acabado por convertirse en sinónimo de acomodo, de latrocinio, de inmoralidad. Pero en sí la política tiene toda la nobleza que corresponde a una de las más elevadas actividades del hombre, e incluso puede dar ocasión de practicar lo que Pío XI llamaba “la caridad política”; nos atreveríamos a decir que, bien entendida es una de las forma más altas de caridad que el cristiano puede ejercitar en el orden temporal. Caridad política porque el gobernante católico, al procurar a sus súbditos el bienestar temporal, pone en cierta manera las bases naturales de su destino trascendente, y así el ciudadano, sin enzarzarse en los bienes de la tierra, no pierde de vista su fin esjatológico. Es evidente que el hombre puede salvarse aun cuando viva bajo un régimen de terror, bajo el régimen del Anticristo. Pero en ese caso su salvación se hará extremadamente difícil, altamente heroica. En cambio, cuando un gobierno se aboca a la consecución del bien común, no sólo cuida directamente de la felicidad terrena de sus súbditos, sino que de algún modo facilita, aun cuando indirectamente, su salvación eterna. Iluminar, pues este campo tan entenebrecido, explicar lo que se ha llamado “la concepción católica de la política” es otro de los objetos de especulación del intelectual católico. 
Un ámbito privilegiado para la actuación del católico militante es sin duda el de la educación. El hecho de que los enemigos de Cristo, de la Iglesia y de la Patria dediquen tener tantos esfuerzos a este menester nos muestra, por la astucia que tan bien caracteriza a los perversos, la importancia del mismo. 
Urge una investigación teórica y concreta acerca de lo que es la educación, sus fines, sus medios, lo que debe ser un colegio, una universidad. Gracias a Dios en los últimos decenios se han escrito notables libros sobre el tema, obras que honran el nivel alcanzado por la cultura católica argentina. Sin embargo se trata de un trabajo nunca terminado. El Santo Padre, y en América Hispana el documento de Puebla, exhortan una y otra vez a lo que denominan “la evangelización de la cultura”. Más importante quizá que la toma del poder –anhelo que los que se dedican a la política deben tener como sustancial- es la toma de la cultura. Entendemos esta palabra en un sentido amplio, incluyendo los medios de comunicación, que quieras que no van haciendo el modo de pensar de los argentinos. Creemos que en este ramo se necesita, como quizás en ningún otro, espíritu e imaginación creadores. 
Hay que hacer buenos colegios, buenas Universidades, buenas revistas de cultura, grupos de sólida formación. 
Interesa asimismo atender al campo del arte. Bajo este nombre encerramos todo lo que comúnmente se entiende por “bellas artes”, la música, la literatura, la pintura, la arquitectura, la escultura, es decir aquellas manifestaciones humanas que dicen tener relación con lo que a veces se denomina “estética”. He aquí otro campo ambicionado por el enemigo. Las artes, que de por sí no deberían ser sino el esplendor de la verdad, se han visto trágicamente heridas y bastardeadas. 
Asistimos al espectáculo de una pintura que encierra al hombre en su subjetividad, lo oniriza, lo destruye. Conocemos una literatura que no sólo atenta contra la belleza del idioma sino también contra la verdad ética y a fortiori la metafísica. 
Llegan asimismo cotidianamente a nuestros oídos los sonidos de una música desfalleciente. Porque no hay que olvidar que la música hace al hombre. Los diversos tipos de música hacen los distintos tipos de hombre: el hombre sensual, el hombre materialista, el hombre superficial, el hombre erótico, el hombre virtuoso. 
Hoy, más que nunca, hoy cuando la música parece rendir culto a la fealdad, al ruido ensordecedor que hace prácticamente imposible todo intento de vida interior, se impone la aparición de músicos católicos, capaces de transmitir no sólo el sentido de las armonías sensibles, sino también el sentido de las verdades profundas, sobre todo las que dicen relación con el misterio, y esto no sólo en el ámbito de la música profana sino también en el herido mundo de la música sacra. 
Necesitamos la aparición de músicos, de pintores, de escultores marcados por la impronta católica, que está hecha de fidelidad al ser y a la gracia. A través de ellos el arte logrará irradiar, a través de lo sensible, el esplendor de la verdad. 
Finalmente, y sin pretender agotar todos los ramos donde debe desplegar sus talentos el intelectual católico, no podemos dejar de referirnos a la investigación de la historia. Y en ello nos detendremos algo más que en los otros campos, porque lo consideramos de especial relevancia. Solamente la memoria fiel del pasado hace posible el análisis atendible del presente y la prospectiva seria del futuro. De ahí que, si en algo debe ejercitarse la tarea iluminante del intelectual católico, lo es en el ámbito de la interpretación de la historia. Cuántas veces nos hemos encontrado con personas que al considerar los problemas de nuestro tiempo, lo hacen como si se tratase de problemas de fresca data, de problemas que acaban de aparecer, y cuyas soluciones les parece estar consiguientemente al alcance de las manos. Y así yerran en los remedios. Si queremos que nuestra época se nos haga inteligible, es absolutamente necesario que la ubiquemos sobre el talón de fondo de la historia universal, en ese amplio abanico que corre del Génesis al Apocalipsis. Los problemas de nuestro tiempo no acaban de nacer, tienen a sus espaldas un largo período de gestación, a veces de siglos. En este sentido, cuán provechoso será al militante católico la lectura de los análisis históricos de Berdiaeff, de Gonzaga de Reynold, de Belloc, de Solzhenitsyn, y entre nosotros, de Diaz Araujo y Caturelli. Allí vamos a encontrar la explicación de ese gran proceso de apostasía, abierto a fines de la Edad Media, proceso que comenzó por la negación de la Iglesia con el protestantismo, siguió con la negación de Cristo en el deísmo racionalista, y culminó con el rechazo de Dios mismo en el marxismo ateo. Los problemas de hoy no han nacido, pues, aquí y ahora, sino que son los colofones, los coletazos de un largo proceso histórico. De ahí la necesidad de que el intelectual católico tenga bien estructurada en su mente lo que se ha dado en llamar la “la filosofía de la historia”, aunque más habría que denominarla “Teología de la Historia”. Para esta visión global nada mejor que la meditación de la inmortal obra de S. Agustín “De Civitate Dei” donde el Santo Doctor desarrolla el devenir histórico a la luz del conflicto teológico entre dos ciudades, la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán, la radicada en el amor de Dios hasta el desprecio de sí, y la fundada en el amor de sí hasta el desprecio de Dios. En esa obra, el Doctor de Hipona nos ofrece las claves de la historia. Pero se trata de una obra inconclusa, por las limitaciones insuperables del gran maestro, ya que, naturalmente, sólo podía analizar el curso de la historia hasta el siglo que vivió. Toca a nosotros proseguir su tarea, siempre de acuerdo a las claves que él nos ha ofrecido, pero aplicándolas a los nuevos acontecimientos que se vayan sucediendo. 
Hemos recorrido así, diversos ámbitos donde debe refractarse el trabajo esclarecedor de quien quiere ser dirigente católico en el campo de la inteligencia. 
La amplitud de la tarea puede suscitar cierto temor. Advertimos que el mundo de la cultura va por otro lado, que la verdad no es aceptada por la multitud. 
Y el complejo mayoritario –de la mitad más uno-, saliendo del cauce en donde ha cristalizado, que es el de la política electoral, amenaza con invadir también el campo de los defensores de la verdad. Hoy se va propagando, peligrosamente, una suerte de escepticismo doctrinal. Se habla de “mi verdad”, de “tu verdad”, cada uno tiene “su verdad”. El querer afirmar no “mi” verdad ni “tu” verdad sino “la” verdad es condenarse al ostracismo. Pero no tememos la soledad: la verdad nunca está sola. La verdad está con el ser, y por tanto con la verdadera universalidad. 
Cristo tuvo razón, aun cuando la mitad más uno prefiriese a Barrabás. Nada es más pernicioso para un intelectual católico que el deseo de quedar bien con el mundo, diluyendo inconsideradamente la verdad, retaceando la verdad, aunque lo haga con la intención de que ésta sea aceptada. “No os hagáis semejantes al mundo, enseña Juan Pablo II, no tratéis de haceros semejantes al mundo. Lo que debéis hacer es tratar de hacer al mundo semejante a la Palabra Eterna” (disc. al IV Cap. General de la Pía Sociedad de San Pablo, 31/3/1980). En última instancia, a la larga, nada atrae tanto como la integralidad de la verdad, la verdad sin ambages. 
Más aún, el intelectual católico deberá estar dispuesto a arrostrar la animadversión. S. Agustín, ese acuñador de frases inmortales, lo dijo de manera incisiva: “la verdad engendra el odio”. Es cierto que Cristo, por su gesta redentora, ha sido amado como nadie lo ha sido en la historia. Pero, al mismo tiempo, al concentrar en sí, encarnándola, la plenitud de la verdad –“Yo soy la verdad”- concentró también sobre sí el odio del mundo, del espíritu del mundo, que no sólo lo llevó a la cruz sino que lo sigue persiguiendo hasta el fin de los siglos. Y no sólo a Él sino a todos los que quieren afirmar en alto la verdad; lo persigue a Él en ellos. Persigue el mundo a los que defienden la verdad porque los ve distintos, y su misma presencia ya constituye una especie de reproche implícito al mundo. 
Citemos también aquí unas esclarecedoras consignas de Juan Pablo II: “Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la claridad evangélica: Sí, si; no, no. Aprended a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación o progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello” (disc. a universitarios de Roma, 26/3/1981). 
Quizás la gran misión del intelectual católico de nuestro tiempo sea mantener íntegro, en medio de un ambiente caótico y subversivo, el patrimonio de la Tradición, la acción de entregar algo en este caso, la antorcha de la cultura a la próxima generación. No de otra manera obraron los católicos más clarividentes cuando en los siglos oscuros acaeció la invasión de los bárbaros. Hoy nuevas oleadas de barbarie se lanzan sobre los restos de la civilización cristiana. Como otrora en los monasterios, mantengamos viva la llama de la cultura, aun cuando sea en pequeños cenáculos o grupos de formación, para que puedan conocerla nuestros hijos y a su vez transmitirla. 
En una palabra, se trata de rehacer la Cristiandad, no volviendo, como es obvio, a los aspectos anecdóticos de la Edad Media, pero sí a los principios que la gestaron. Se trata de que Cristo reine en la universalidad del orden temporal. 
Todos los filones de la cultura deben expresar o reflejar a Cristo, la Realeza de Cristo. Que la filosofía refleje a Cristo en cuanto sabiduría encarnada; que las ciencias reflejen a Cristo, perfección de la exactitud; que la historia refleje a Cristo, Señor de los espacios y de los tiempos; que la política refleje a Cristo, Soberano de las sociedades y Rey de las naciones; que la educación refleje a Cristo, supremo Pedagogo; que las artes reflejen a Cristo, la belleza encarnada. 
Filosofía, ciencias, historia, política, educación, arte, tantas maneras de reflejar a Cristo verdad, a Cristo exactitud, a Cristo Señor de la historia, a Cristo soberano, a Cristo maestro, a Cristo el más hermoso de los hijos de lo hombres. 
Aperite portas Redemptori! exclamaba Juan Pablo II. Contribuyamos a que no quede una sola puerta cerrada, al menos en este mundo de la cultura en que nos toca actuar. Para que un día sea realmente verdadero aquello de que Cristo ha llegado a ser todo en todos.


P. ALFREDO SÁENZ

EL CARDENAL MEJÍA Y SU LIBRO “HISTORIA DE UNA IDENTIDAD”



El Cardenal Jorge María Mejía es Archivista Emérito de los Archivos Secretos del Vaticano en la Curia Romana, y Cardenal Diácono de San Girolamo della Caritá. Nació el 31 de enero de 1923, y fue elevado a Cardenal el día 21 de febrero de 2001 (http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bmejiaj.html). No consta quién lo ordenó como sacerdote en la web de la Jerarquía Católica http://www.catholic-hierarchy.org/.
Actualmente tiene 89 años, próximo a cumplir los 90, fue velozmente ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1945 a los 22 años de edad. Fue ordenado Obispo el 12 de abril de 1986, a los 63 años de edad (durante el gobierno de Raúl Alfonsín), y finalmente se retiró en octubre de 2003, a los 80 años de edad, coincidentemente con el arribo en la Argentina del actual régimen oficialista en Argentina (gobierno de Néstor Kirchner, continuado por Cristina Fernández Wilhelm viuda de Kirchner).
Su principal consagrante, fue el actual Cardenal Roger Marie Élie Etchegaray, quien fuera ordenado sacerdote el 13 de julio de 1947, y ordenado Obispo el 27 de mayo de 1969, habiendo sido elevado a Cardenal el 30 de junio de 1979 por Juan Pablo II (http://www.catholic-hierarchy.org/bishop/betch.html)
Fue perito del Concilio Vaticano II.

REPRODUCIMOS UNA NOTA DE PANORAMA CATÓLICO:

Una Identitad Desdibujada

Dec 15, 2005

Este interesantísimo ensayo comenta la autobiografía del Card. Jorge Mejía, "Historia de una Identidad". A lo largo de las páginas del libro, su Eminencia incurre en asombrosas omisiones y no menos sorprendentes atribuciones que el autor del estudio destaca con notable eficacia.

BIBLIOGRAFIA: Jorge Cardenal Mejía: "Historia de una identidad", Bs.As. Letemendía, 2005, 2l8 páginas.
(Confesiones de un prelado demi-mondain)

(Panorama Católico, 08 Dic 2005)
He aquí una obrita aparentemente inofensiva por el tono coloquial, los recuerdos intrascendentes - incluso frívolos - y un tono careciente de autocrítica que nos presenta su autor, el recientemente erigido Cardenal de tan larga actuación en la Iglesia argentina (1952-1977) como en el Vaticano, de entonces a ahora.

Comienza por darnos traslado de una memoria familiar pero no sólo de la familia nuclear sino extendida a toda su larga y poco interesante parentela, gente "paqueta" de Buenos Aires, totalmente irrelevante.

De su experiencia religiosa comienza por relatarnos su vida en el colegio y en el seminario, sin lograr transmitir mayor pathos sacerdotal y, menos aún, contagio piadoso. Después de revelar la poca influencia que tuvieron sus maestros destaca sí la del Padre Hugo Achaval que le dio "una sana libertad interior", lo cual hay que entender en el contexto de una mediocridad intelectual como la que reinaba en el seminario de Villa Devoto, si bien podría esperarse algo más de un padre espiritual.


Rescata en algo al Padre Castellani, pero apenas por haberle despertado "un amplio horizonte literario" y deslumbrado por su familiaridad con la filosofía moderna de entonces (hoy ya pasada)". Pero ni una palabra de su profundidad religiosa que, obviamente, parece que no le motivaba. Ni la excepcional inteligencia y agudeza del juicio que tampoco lo conmovía entonces, ni tampoco después.

Peor aún, siendo deudor de la corrección de una traducción de la obra de Henri Gheon: "La gloria de Santo Tomás de Aquino" durante cuya labor debió de haber recibido invalorables enseñanzas, en estas memorias no hay el menor recuerdo, ni reconocimiento (él que sólo era un estudiante imberbe junto a un maestro como no había otro en todo el Seminario).

Tampoco hace justicia con otro de sus mejores profesores como el Padre Hernán Benitez, del cual fue alumno cuando este todavía no había incursionado por los derroteros que lo perdieron intelectualmente y en la política barata del peronismo, y ciertamente era una buena cabeza. Pero opta por describirlo como "un fuego de paja, con más paja que fuego"; con especial desprecio de quién más allá de todos los avatares no defeccionó del sacerdocio como tantos amigos del Cardenal. Otro ignorado es el Padre Sepich, también en su mejor hora, del cual apenas dice que era "profesor riguroso y difícil de Historia de la Filosofía" lo que indica no haber sabido valorar el nivel académico que brillaba por su ausencia.


Total que a Castellani y a Sepich los descalifica, sobre todo porque "estaban bastante comprometidos políticamente con la derecha" (¡Vade retro Satan!) Pensado, sino dicho por quien podríamos llamar un pionero de lo políticamente correcto, de lo que hoy es no tener enemigos a la izquierda, como se verá más adelante.


En el año 1947, el Padre Castellani viajó a Roma en medio de las acusaciones que le hacían sus superiores y según cuenta, su ex -alumno se portó muy bien con su viejo maestro que pasaba tal trance dejando constancia de su agradecimiento más de una vez en su papeles (*). Por su parte Mejía no correspondió con el talante generoso del todavía jesuita.


En su "Catecismo" de 1975 Castellani refiere: "es posible que mi ex -alumno, el Asesor del Vaticano II hubiese ya comenzado (en 1949) a acusarme de hereje en informes secretos, con que sigue haciendo después de muchos años, para acopio de méritos"... y "en las clases del seminario decía que yo era milenarista y que eso era herejía y no había que leer mis libros, ni editarlos."


Por supuesto, nada de esto está consignado en las memorias que comentamos tal vez porque le consta que su consejo fracasó y los libros de Castellani invadieron el mercado editorial católico como ningún otro autor alcanzó a hacer, mientras él no publicó ni uno sólo, excepción hecha de este escrito que comentamos.


La duda queda si Mejía leyó "Los papeles de Benjamín Benavides" y descubrió que había inspirado al autor el personaje ridículo de Mungué Murray, un teólogo muy aferrado a las convenciones de la hora que, entre otras cosas no quería reconocer que dentro de la Iglesia quedaban muchos fariseos, y que acusaba a Benavides de milenarista sin ningún fundamento sólido, sólo para "quedar bien" él.


Y también, respecto de Castellani se permite relatar que, años después, se animó a escribirle una carta diciéndole que " su comentario sobre el Apocalipsis no estaba ciertamente a la altura de su propio pasado, ni como pensador ni como escritor". ¡El que nunca jamás publicó ningún libro a pesar de su patente de erudito y sabio profesor! El libro fue publicado en 1963 y contó con el Imprimatur de Monseñor Justo Laguna (dilecto amigo de Mejía) por lo que inferimos que no contenía ningún error y que había tenido la humildad de someterse a semejante juez.


Mientras retacea elogios a quienes los merecieron los derrama, entre sus compañeros de seminario, sobre el Padre Lucio Gera, al cual califica de "brillante teólogo", haciendo caso omiso a su marcado progresismo rayano en la herejía y su nefasta escuela de teólogos biblistas a la moda, con quienes no podría concordar si fuera fiel a las enseñanzas que recibió, ni al rigor de la Escuela Bíblica de Jerusalén, cualquiera sean sus desviaciones menores.

En momentos en que comenzaba ya la tragedia de la deserción sacerdotal no parece haber sufrido un ápice con la Iglesia pues refiere los casos de sus más amigos como Aduriz, Cafferata, Jaime Moreno, Jerónimo Podestá (el obispo relapso) y otros que no nombra con una frialdad tal como si se tratara de accidentes meteorológicos. Y así cuenta que " de los cuatro argentinos que vivieron con él en el Colegio del Anima, sólo uno mantuvo su fidelidad al sacerdocio


Omisiones ominosas


Con detalles, eso sí, relata co}Ómo inició su ascender en su carrera eclesiástica en Roma. Comenzando por la relación que estableció con Monseñor Zanini en Tierra Santa en 1962-3 donde intimaron a tal punto que el prelado italiano llegó a decirle "Io ti faccio véscovo" en prueba de simpatía. Ante tal afirmación venida de alguien con vara alta en la Santa Sede, Mejía dice que no se conmovió demasiado pero ¿quién puede creerle? ¡Obispo a un cura de menos de 40 años!


Es posible que allí se le despertara el apetito por hacer carrera en la Curia romana.


Pero quiso la mala suerte de que Monseñor Zanini fuese designado Nuncio papal en la Argentina y tuviese ocasión de oír muchas opiniones sobre Mejía. El caso es que, sorprendido, Mejía declara que allí "cambió completamente de actitud". (¿Acaso leyendo Criterio?) Lo peor del cuento es que confiesa que hubo "un extraño informe sobre mí" y que, como si fuera una consecuencia deseada de todo aquello Monseñor Zanini "acabó mal en Argentina y fue su último cargo como nuncio".


A continuación recuerda: "más tarde vino el terrorismo", de nuevo como un evento meteorológico que le era totalmente ajeno, aunque no tanto. Declara "Más de uno (¿quiénes? ¿los curas guerrilleros?) pagó con su vida" y, más explícito afirma: "No puedo no recordar a Carlos Mugica cuando lo velaban en una villa miseria... quise ir a rezar... fui con mi prima ... que no era ciertamente la única persona del Barrio Norte que vi esa noche allí".


¿Qué es esto? ¿Acaso no sabía en las que andaba Mujica? ¿Es que hizo algo para hacerlo volver al redil? ¿O como tantos que miraban de lejos, especulaba para qué lado y de qué manera se inclinaría la balanza?


Mientras tanto Mejía sostiene que CRITERIO "mantuvo una sola línea... de absoluta libertad". Curiosa afirmación y engañosa porque la libertad, precisamente, permite elegir entre muchas líneas... según venga la mano: a veces defendiendo la Iglesia de siempre, otras poniéndose à la page.


Así pues llegó a publicar un artículo en que se permitía dudar de la infalibilidad papal, lo que le valió hasta acusaciones de Roma. Y lo confiesa tranquilamente, agregando que lo defendieron Zaspe, Iriarte y de Nevares como si su juicio tuviese valor exculpatorio.

La estrategia de Mejía fue siempre manejar las omisiones hábilmente. Y esto lo repite en el libro, ominosamente, en el que debe admitir su relación con la revista CONCILIUM, "publicación oficial de progresismo erudito" como la califica Carlos A. Sacheri en "La Iglesia Clandestina".

En efecto, recuerda que llegó a integrar el comité de redacción por invitación del Padre Henri de Lubac, puntal de la "nouvelle thèologíe" preconciliar que tantas consecuencias dañosas tuvo. Lo curioso es que de Lubac, cuando Karl Rahner publica su tesis sobre los "católicos anónimos" (por la cual no hacen falta los sacramentos ni obedecer al Papa, ni nada, para salvarse) decide abandonar la revista. Cosa que no hace Mejía, implícitamente de acuerdo con Rahner (aunque vergonzantemente) y, en cambio decide "valientemente" (Sic) seguir por varios años de ascenso del progresismo colaborando con CONCILIUM cuando, justamente lo valiente era denunciar lo que predicaba. Y que lo diga Monseñor Lefebvre sino. Y entre nosotros Meinvielle y tantos otros excluidos del "establishment" episcopal, por "ser de derecha, hubiera dicho Mejía.


¿Acaso era valentía colaborar con Schillbeck, con Congar, con Hans Küng y otras figuras centrales del progresismo cuando estaban en la cresta de la ola?


Pero lo que no cuenta Mejía -y esto es mucho más serio- es su afiliación ha IDO-C el emporio internacional felizmente desaparecido de revistas progresistas al cual sumó CRITERIO -muerto ya Monseñor Franceschi- y donde figuraba THE TABLET, la revista inglesa que tuvo roces con la Congregación para la doctrina de la Fe cuando dependía de Monseñor Ratzinger (Ver "Catholic Family News, 22.05.05) que sin duda se acuerda muy bien qué era IDO-C, aunque ahora Mejía no querría recordárselo, estando en plan de simpatizar con el nuevo Papa.


La sigla IDO-C correspondía a "Centro de Información y Documentación sobre la Iglesia Conciliar" (¿no Católica?) cuya función específica era "reunir y distribuir la documentación sobre las consecuencias teológicas y espirituales de los decretos y del espíritu del Concilio Vaticano II" declarando paradójicamente ser "independiente de toda religión" (acaso coherente con el sentir de algunos padres conciliares).


Pero si su afiliación ha IDOC-C revela su inmersión en el progresismo sin reservas, mucho más grave es que lo oculte en este libro que se supone es una versión fiel de su vida. O que hipócritamente se queje de los excesos cometidos invocando el Concilio cuando él mismo se hallaba en el centro de la "intelligentsia" progresista mundial instigadora de todas las desviaciones.

Muy suelto de cuerpo no informa, además, que CONCILIUM convocó a un Congreso Teológico en 1970 invitando "sobre todo a jóvenes, no todos familiarizados con la teología católica", según él mismo admite y luego se lamenta de que dicho Congreso "Terminara con un plenario donde se votara por mayoría las proposiciones "comentando luego que allí "fui víctima de la democracia total". Pero ¿qué esperaba?


Sin embargo todavía falta lo peor, muy cuidadosamente silenciado en el libro: la íntima vinculación que existió entre IDO-C y el movimiento polaco PAX, organismo encubierto de la policía secreta del gobierno comunista de Polonia, animadores del diálogo entre cristianos y marxistas tan de moda en el momento para consumo de católicos fronterizos e idiotas útiles, especialmente reclutados en la democracia cristiana de Occidente.


Se comprende que Mejía oculte este rastro escabroso de su biografía máxime cuando el Papa que vendría sería un polaco y PAX se habría opuesto abiertamente al Cardenal Wyszinski que no se engañaba respecto de las maniobras secretas del gobierno polaco y que, a continuación, la Santa Sede misma descubriera la maniobra del Partido Comunista polaco aprovechando la colaboración implícita de los católicos progresistas occidentales.


Téngase presente que Mejía durante todo el pontificado de Juan Pablo II hizo todo lo posible por estar presente y recordar que el Papa Woytila había sido su compañero de estudios (aunque sólo durante uno o dos años) lo que reitera una y otra vez.


Así, como ahora, no pierde la ocasión de recordar sus contactos con Monseñor Ratzinger - contactos más bien burocráticos que de ninguna manera destacan su afinidad intelectual ni religiosa.

Hay, en cambio, muchas omisiones menores pero sintomáticas a lo largo del libro. Una consiste en recordar su primer viaje a Tierra Santa acompañado por Fray Antonio Vallejo, Juan Carlos Goyeneche y Alfredo Aldao Unzué, mencionando a este último solamente, pues el franciscano no simpatizaba con los curas de clergyman gris perla -como el que se mandó hacer para el viaje- mientras él fue con su hábito y su relación con Goyeneche podría interpretarse como cierta familiaridad con la "derecha", habida cuenta de que para él eso sería denigrante, mientras no tenía enemigos a la izquierda. La otra omisión es mucho más pintoresca y lo retrata de cuerpo entero. Sucedió que a un buen amigo de él, el Dr. Marcelo Canevari, buen pintor aficionado, en ocasión de ser consagrado obispo le pidió un cuadro importante, con todos los atuendos del caso. Ocurrió que cuando Mejía en uno de sus viajes a Buenos Aires pudo verlo terminado le recriminó al pintor:"¿Cómo no me has retratado como cardenal?" a lo que Canevari le contestó: "simplemente porque no sos cardenal". "¡Pero pronto me van a nombrar¡" Parece que fue la respuesta airada de quien ya antes de alcanzar esa dignidad presumía con certeza que lo sería. Total que una amistad de años con Canevari se rompió estúpidamente por la vanidad de Mejía pues nunca más se hablaron.

Carrera ascendente


Su primera incursión en la Curia Romana, que sin duda le atraía, fue la de acudir al Concilio como periodista acreditado de CRITERIO. De allí en más, pasito a pasito, fue escalando posiciones hasta culminar con el Cardenalato con tan mala suerte que cumplió 80 años justo antes del último Cónclave, no pudiendo votar.


Ya en la segunda sesión del Concilio logró hacerse nombrar perito a pesar de "no gozar yo de particular estima ni del nuncio en Argentina -Monseñor Mozzoni- ni del cardenal Caggiano." ¿Cómo entonces? Esto no lo revela.


Peor aún, Caggiano, según lo confiesa él mismo, lo recibió fríamente cuando se presentó para anunciarle que lo habían designado perito y, por el contrario, le pidió que se reuniera con los obispos argentinos (ninguno del grupo más progre como los de San Miguel). Admite luego que "ninguno tuvo un juicio del todo favorable. "El que me trató mejor fue el entonces arzobispo de Tucumán Monseñor Aramburu" pero "uno, no diré quién, pronunció sobre mí esta memorable sentencia: lo mejor que puede hacer Usted es desaparecer" (Sic) Ataque ante el cual no se defendió. Por algo será.


¿Qué había ocurrido? El mismo lo cuenta. "Antes de ser perito, durante la primera sesión, yo había contribuido a redactar un breve texto crítico del documento sobre medios de comunicación". Y agrega: "era quizá un acto imprudente. Más imprudente fue quizá distribuirlo a la salida del aula..." y a continuación confiesa sin vergüenza: "quizá de parte mía había un resabio de despecho porque todavía no estaba adentro" (como perito, se entiende). De donde no es difícil colegir que el entonces Padrecito Mejía -con su cara de angel- se dedicaba a panfletear a los Padres Conciliares. ¡Y después se sorprendía de tener enemigos!


Ello no obstante, nada impidió que ascendiera en la Curia para lo que sus contactos con el progresismo tuvieron harta utilidad. Por ejemplo del Cardenal Bea, pieza importante del giro a la izquierda del Concilio dice cándidamente que era "un prodigio de equilibrio" sabiendo en conciencia que no era así pues era el Deus ex machina del Catecismo holandés y otros desaguisados.


En 1977, continúa el relato: es llamado por la Curia para comunicarle su designación como secretario de la "Comisión de la Santa Sede para las relaciones con el judaísmo", como premio por sus gestiones pro -judías ya iniciadas en Buenos Aires, comentando que "la parte judía había recibido con aplauso la comunicación". Por algo sería que tuviera oposición en "la parte" católica pero no en "la parte judía".


Como sea que fuera ya no volvió a vivir en Buenos Aires y dejó la dirección de CRITERIO pero no disminuyó su influencia. En su nuevo trabajo Mejía, entre otras cosas, aceptó como interlocutores a los miembros de B’nai B’rith como si fuesen religiosos cuando en verdad, como se sabe, se trata de una especie de sociedad secreta, con toques masónicos, especializada -según propia confesión- en perseguir, políticamente, al antisemitismo.


Sin embargo, en toda la literatura de la Comisión se habla de "la religión judía" incurriendo en un deliberado malentendido pues debieron haber dicho: "la tradición o la cultura judía" que es lo que la mayor parte de ellos reivindica, habida cuenta del alto porcentaje de descreídos que involucra. Para no mencionar el sesgo ideológico de izquierda siempre listo para atacar a la derecha endilgándoles el mote de antisemitas con razón o sin ella.


Durante su gestión se jacta de haber convencido al Papa Paulo VI, cuando se preparaba para visitar en Los Ángeles la sinagoga local, de que primero debía visitar la Gran Sinagoga en su propia diócesis, o sea la de Roma. Aceptada la propuesta se ocupó de concertar la visita con el Gran Rabino de Roma Elías Toaff de quien expresa que era "un venerable personaje", ciertamente mucho menos venerable que su antecesor el rabino Israel Zolli - cuya conversión al catolicismo en tiempos de Pio XII ni menciona (para ilustración del lector) acaso porque resultaría irritativo siquiera recordarlo habida cuenta de la tónica de apaciguamiento con los judíos introducida por el progresismo.


Otro dato de su obsecuencia pro-judía lo delata pues, según recuerda se ocupó presurosamente de que en la fachada de la pequeña iglesia de San Gregorio ai Quattro Capi, vecina a la sinagoga, "se recubriera o suprimiera la lápida de mármol con el texto de Isaías 65,2 (en hebreo y en latín) pues pocos hoy, y entonces, hubieran sido capaces de leerla pero que está citado por San Pablo (Rom.19,21) que dice: "Tendía mis manos incesantemente al pueblo rebelde, que va por mal camino..." "alusión que a los judíos que pasaban y aun pasan por allí todos los días les hubiera resultado clara y ofensiva". O sea que por no quedar mal con el Gran Rabino, o quizá bañándose en salud, pues es probable que al rabino le importara un pito, prefería enmendarle la palabra al Apóstol. Todo un indicio de su "estrategia" en su gestión diplomática entreguista.


Otro acto del cual se jacta, no por casualidad se relaciona también con los judíos pero no como religiosos sino como políticos, e incluso corrosivos como fue el caso de Jacobo Timerman. En efecto, no puede dejar de mencionar que este fue liberado el día siguiente que tuviese una audiencia con el Presidente Gral. Videla para interesarse por la suerte del periodista sin enemigos en la guerrilla subversiva. Y director del boletín oficioso de los Montoneros, su diario "La Opinión".


Lógicamente Mejía ignora que en realidad la liberación fue el producto de una carta -interceptada por la SIDE y circulada en su momento en esferas del gobierno militar- de su primo el embajador en los EEUU, Jorge Aja Espil en la que lo instaba a soltar a Timerman pues la presión de las asociaciones judías en los EEUU le resultaban insoportables. O sea que, Mejía, sin saber, (¿O sabiéndolo?) colaboraba solícitamente - y no casualmente - con el judaísmo internacional.


Pero ¿qué tenía que hacer un prelado en estos menesteres? ¿Acaso Timerman representaba a los judíos religiosos de la Argentina? ¡Todo lo contrario! pues era repudiado por el sector ortodoxo aquí y en Israel a donde huyó y de donde tuvo que exiliarse.


Dime con quién andas


Para su consagración como obispo el Presidente Alfonsín, quien sin duda le tenía simpatía -en todo caso mucho más que con Monseñor Medina al cual le arrebató el púlpito- se adelantó a excusarse por no poder asistir a la ceremonia pero le ofreció dos pasajes para que escogiera a dos obispos amigos, que resultaron ser Laguna y Bianchi di Cárcano, para que lo representasen (Dios los cría).


Laguna, antes de partir solicitó al presidente de la Comisión Episcopal, de entonces que era Monseñor Primatesta, ser su representante en esta ordenación. "El Cardenal le contestó negativamente" dice Mejía, que interpreta que su elevación al episcopado no era grata a algunos obispos argentinos. Y agrega que AICA al dar la noticia y publicar su currículum vitae concluye afirmando que Monseñor Mejía, a pesar de todo (la negativa anterior que él atribuye a lo que escribía en CRITERIO) "ha mantenido su fidelidad a la Iglesia". (¡Brueno fuera!).

Más adelante entra a integrar el Consejo Justicia y Paz bajo la férula suave del Cardenal Echegaray (el que cediera la catedral de Argel para que se convirtiera en mezquita) del que lamenta que más tarde no hubiese sido designado Secretario de Estado (¿en lugar de Sodano?).

En dicho Consejo su primera tarea sería organizar la gran Jornada de "Oración por la Paz" en la que participaron "todas las iglesias cristianas y comunidades eclesiales que lo quisieran y, además, las grandes religiones del mundo". Mejía comenta, sin lamentarlo, que esto fue lo que colmó la copa del desagrado de Monseñor Lefebvre, pues entre esas "grandes religiones del mundo" llegó a incluir a los animistas.


Por si faltaran pruebas de la progresiva secularización de Mejía hay que leer los párrafos que dedica a "un encuentro que abrió las puertas para una más continua y fecunda relación entre la Santa Sede y el Banco Mundial y su institución gemela, el Fondo Monetario Internacional". Afirmando como conclusión: "me parece honesto referir estas experiencias positivas mías" (¿Estará hablando en serio o nos toma el pelo?).


Y luego están los viajes, cada vez más frecuentes como corresponde a un monseñor mundano.

Su paso por la Congregación para los obispos dio pábulo a más viajes fascinantes.


Y así llegamos a 1998 al cumplir la edad de retiro de los obispos en que el Papa lo mandó ocuparse del Archivo y Biblioteca Vaticana que, se apresura a informarnos, no fue una capiti diminutio pues entre sus predecesores estaba nada menos que el Cardenal Rampolla del Tíndaro, aquel que fue enterrado con los atributos masónicos confirmando las buenas razones que tuvo el Emperador Franz Joseph de Austria para vetar su candidatura, felizmente remplazada por la de Pio X-. Pero ¿Mejía ignora esto o se hace el tonto?


Uno de los capítulos finales del libro se titula "Amistades" donde ocupa un sitio preferencial Pironio junto con la módica escritora Carmen Gándara, por la que revela debilidad, y Victoria Ocampo a la que califica como "notable mujer", sin dar cuenta de qué virtudes cristianas habla, habida cuenta de su indiferencia, sino indisposición hacia la Iglesia, excepto algún que otro cura snob que la visitara.


Dos huéspedes (¿únicos?) en el Palacio de San Calixto, donde vive, merecen mención: uno es Alejandro Bunge y el otro Luis Duacastella (más conocido por "Lucho"por los lectores de Panorama Católico).


Todo un apéndice documental de fotos y textos de cartas cierra el libro no sin antes dedicar a Su Santidad Benedicto XVI redundantes elogios con mucho de lugar común.


* Cfr. Diario del P. Castellani 09.04.47 en Sebastian Randle: CASTELLANI, Bs-Ss., 2003.

NOTA DEL DIRECTOR DE DIARIO PREGÓN DE LA PLATA: Acerca del P. Carlos Mugica fue asesinado por los Montoneros tras haberse enterado ellos de su conversión del modernismo y del tercermundismo a la Tradición, según revelan diversas fuentes en la actualidad, siendo su masacre advertida con antelación por los mismos Montoneros (por considerarlo un "traidor").