jueves, 17 de noviembre de 2011

LA UTOPÍA REVOLUCIONARIA



    1. La Revolución niega el pecado y la Redención
    2. Ejemplificación histórica: negación del pecado en el liberalismo y en el socialismo
    A. La concepción inmaculada del individuo
    B. La concepción inmaculada de las masas y del Estado
    3. La Redención por la ciencia y por la técnica: la utopía revolucionaria

Entre los múltiples aspectos de la Revolución, es importante resaltar que ella induce a sus hijos a subestimar o negar las nociones del bien y del mal, del pecado original y de la Redención.

1. La Revolución niega el pecado y la Redención

La Revolución es, como vimos, hija del pecado. Pero si lo reconociese, se desenmascararía y se volvería contra su propia causa.
Así se explica por qué la Revolución tiende, no sólo a silenciar la raíz de pecado de la cual brotó, sino también a negar la propia noción de pecado. Negación radical que incluye tanto la culpa original cuanto la actual, y se efectúa principalmente:
Por sistemas filosóficos o jurídicos que niegan la validez y la existencia de cualquier ley moral o dan a ésta los fundamentos vanos y ridículos del laicismo.
Por los mil procesos de propaganda que crean en las multitudes un estado de alma en el cual, sin afirmar directamente que la moral no existe, se hace abstracción de ella, y toda la veneración debida a la virtud es tributada a ídolos como el oro, el trabajo, la eficiencia, el éxito, la seguridad, la salud, la belleza física, la fuerza muscular, el gozo de los sentidos, etc.
Es la propia noción de pecado, la misma distinción entre el bien y el mal, lo que la Revolución va destruyendo en el hombre contemporáneo. E, ipso facto, va negando la Redención de Nuestro Señor Jesucristo, que, sin el pecado, se vuelve incomprensible y pierde toda relación lógica con la Historia y la vida.

2. Ejemplificación histórica: negación del pecado en el liberalismo y en el socialismo

En cada una de sus etapas, la Revolución ha procurado subestimar o negar radicalmente el pecado.

A. La concepción inmaculada del individuo

En la fase liberal e individualista, ella enseñó que el hombre está dotado de una razón infalible, de una voluntad fuerte y de pasiones sin desarreglo. De ahí una concepción del orden humano, en la cual el individuo, reputado un ente perfecto, era todo, y el Estado nada, o casi nada, un mal necesario… provisionalmente necesario, tal vez. Fue el período en que se pensaba que la causa única de todos los errores y crímenes era la ignorancia. Abrir escuelas era cerrar prisiones. El dogma básico de estas ilusiones fue la concepción inmaculada del individuo.

La gran arma del liberal, para defenderse contra las posibles prepotencias del Estado, y para impedir la formación de camarillas que le quitasen la dirección de la cosa pública, eran las libertades políticas y el sufragio universal.

B. La concepción inmaculada de las masas y del Estado

Ya en el siglo pasado, el desacierto de esta concepción se volvió patente, por lo menos en parte. Pero la Revolución no retrocedió. En vez de reconocer su error, lo substituyó por otro. Fue la concepción inmaculada de las masas y del Estado. Los individuos son propensos al egoísmo y pueden errar. Pero las masas aciertan siempre y jamás se dejan llevar por las pasiones. Su impecable medio de acción es el Estado. Su infalible medio de expresión es el sufragio universal, del cual emanan los parlamentos impregnados de pensamiento socialista, o la voluntad fuerte de un dictador carismático, que guía siempre a las masas hacia la realización de la voluntad de éstas.

3. La Redención por la ciencia y por la técnica: la utopía revolucionaria

De cualquier manera, depositando toda su confianza en el individuo considerado aisladamente, en las masas o en el Estado, es en el hombre en quien la Revolución confía. Autosuficiente por la ciencia y por la técnica, él puede resolver todos sus problemas, eliminar el dolor, la pobreza, la ignorancia, la inseguridad, en fin, todo aquello que llamamos efecto del pecado original o actual.
Un mundo en cuyo seno las patrias unificadas en una República Universal no sean sino denominaciones geográficas, un mundo sin desigualdades sociales ni económicas, dirigido por la ciencia y por la técnica, por la propaganda y por la psicología, para realizar, sin lo sobrenatural, la felicidad definitiva del hombre: he aquí la utopía hacia la cual la Revolución nos va encaminando.
En ese mundo, la Redención de Nuestro Señor Jesucristo nada tiene que hacer. Pues el hombre habrá superado el mal por la ciencia y habrá transformado la tierra en un cielo técnicamente delicioso. Y por la prolongación indefinida de la vida esperará vencer un día a la muerte.

Cap. XI del libro “Revolución y Contra-Revolución”. Bajarlo gratuitamente.

Fuente: Acción Familia

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