miércoles, 22 de junio de 2011

LA MALA FAMA TIENE CRÉDITO




Por Alberto Asseff *
Se podría titular esta nota ‘el prontuario es mejor’ o ‘el mérito es inútil’. Empero, más allá del encabezado, la alarmante realidad es que hoy los caminos y oportunidades que se le abren a la mala fama son abundantes, así como son cada vez más retaceadas las opciones que disponen el esfuerzo y el trabajo honrados.
Dice bien la sabiduría popular que “el pescado se pudre por la cabeza”. En nuestro país, la cabeza hace rato que ha devenido en un paradigma al revés. Es un modelo que descompone y disgrega, un antiejemplo, todo un contraste con lo que un pueblo requiere de sus mandos. Es un magisterio demoledor, lejísimo de su rol constructor.
Para colmo, nuestro cuerpo social pareciera que contenía genes corrosivos que favorecieron esa putrefacción originada arriba. Si no, ¿por qué son tan añejos la maligna ‘viveza criolla’ o el nefando ‘hecha la ley, hecha la trampa’? En la era colonial, de la mano de Bartolomé de las Casas y de muchos más, tuvimos una legislación indiana impecable, de avanzada. Hoy diríamos que fue progresista para su época. Protectores vanguardistas de los aborígenes. No obstante, rigió el lapidario e hipócrita ‘acato, pero no cumplo’. La ley estaba escrita, pero era letra muerta. ¡Qué lo digan los encomenderos! Así nos (des) formamos y así somos. Así forjamos una país plagado de adulteraciones.
No por conocida – y dolorosa -, la letra de Cambalache deja de ser como ‘anillo al dedo’ de estas notas: “Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos…pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente…Lo mismo un burro que un gran profesor…Los inmorales nos han igualado…”.
En todos los tiempos hubo maldad y mentira, pero ahora nos invaden cual torrente o, peor, tsunami. A tal grado y dimensión que la honradez cierra puertas y sega carreras. Se ha trastrocado la naturaleza de las cosas: no pertenecer a alguna mafia aísla, arrincona, frustra, debilita.
El tejido político-social y económico se urde en torno de la ilegalidad. Es la imperante. La artimaña es el eje o viga maestra. No se prospera si no se opera sobre esa base de engaño y fraude. Y si por el milagro del trabajo, el empuje y la bendita tierra argentina se logran éxitos por dentro de la norma, llegará- inexorable, lleno de fiereza – el ‘rigor’ de la ley. Una situación diabólica: se aplica inflexiblemente la ley sólo a quienes la cumplen a rajatabla.
A quienes la infringen sistemáticamente, nadie los molesta ni nadie se mosquea, ni siquiera siendo fiscal del crimen. Salvo, claro está, que el tramposo yerre en las maniobras de ocultamiento o de falsificación y que la prensa las difunda. Sólo cuando estalla el escándalo, simulan una actuación correctiva, aunque siempre dándole la derecha a quienes obran por izquierda. ¿Cómo? Ensuciando el proceso penal, plagándolo de nulidades, apelaciones y dilaciones hasta llegar al ansiado puerto de la prescripción, es decir cuando el tiempo transcurrido hace cesar la pretensión punitiva fijada en el precepto violado.
Como cotidianamente se pergeñan tretas para hacer dinero defraudando a otro y, especialmente a ese gran bobo que es el Estado, bien de todos y por ende de nadie y sólo puesto a merced del más veloz en hacerlo propio, la mala fama es ganadora neta. Se la necesita para consumar las tropelías.
¿A quién buscar para mover o cajonear un expediente, para cerrar una causa, para obtener una ventaja, para lograr un subsidio, para conseguir una prebenda, para plasmar un acomodo, para nombrar en la burocracia a una amante o a un pariente? ¿A quien está arreglado con la ley o al influyente que tiene fama de manejar los hilos del poder, andando por la cornisa de la ley o directamente marginándola?
En la política – madre de los cambios soñados y también de las desnaturalizaciones y degradaciones que sufrimos – la honestidad despierta señales de peligro. ¡No vaya a ser que se agüe la fiesta!
Exponer esta realidad enrevesada, esta perversión, no desmorona las esperanzas, sino que puede contribuir a la mutación de actitudes y, sobre todo, a que la ciudadanía – conocedora del patético cuadro de situación – decida ponerse al hombro la cuestión e intentar cambiar el curso.
Por ahora, la que tiene reputación es la mala fama. Más allá de que algunos lo disimulen. ‘Algunos’, porque el mal avanza y ya estamos en las antepuertas del desembozo. En lugar de ocultarla, alardean de la mala fama. Es que tiene crédito. Por lo menos hasta que un gerente – o, más decisivamente, el presidente – diga basta. Y el crédito vuelva para el trabajo, el esfuerzo, el mérito, la iniciativa creadora en el marco de la omnímoda ley, esa que con solo cumplirla transformaría nuestra vida colectiva.
*Abogado, docente, escritor, político.
Presidente del partido UNIR de la Prov.de Bs.As

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