lunes, 2 de mayo de 2011

MENSAJE DE MONS. AGUER A LOS FIELES DE LA ARQUIDIÓCESIS PARA PREPARAR LA PEREGRINACIÓN A LA BASÍLICA DE LUJÁN

a Aguer

Confesión de fe, canto de esperanza, encuentro de amor

La peregrinación es, desde lo orígenes de la Iglesia, una expresión entrañable de piedad cristiana. El acontecimiento profundamente religioso de la peregrinación está siempre vinculado a un lugar sagrado: la Tierra Santa donde vivió, murió y resucitó Jesucristo nuestro Salvador, los sitios señalados por la presencia de los apóstoles y el testimonio de los mártires y donde se conservan sus reliquias, los santuarios erigidos para conmemorar las manifestaciones de la Santísima Virgen María y para albergar sus imágenes. Nosotros, argentinos, bonaerenses, platenses, seguimos una preciosa tradición cuando todos los años peregrinamos a Luján. Para hacerlo con verdadero fruto espiritual nos preparamos convenientemente, sobre todo clarificando en nuestro pensamiento y suscitando en nuestro ánimo el sentido de la peregrinación.

Para favorecer el cumplimiento de este requisito, propongo a la reflexión de ustedes un texto particularmente adecuado del Documento de Aparecida. En él se esboza una espiritualidad de la peregrinación, que es un gesto en el cual se puede reconocer al pueblo de Dios en camino. Dice así: La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual. (DA 259).

En la peregrinación se concentran varias dimensiones de la vida cristiana. Según la bimilenaria tradición de la Iglesia es un ejercicio penitencial; implica un esfuerzo espiritual del que las eventuales molestias y costos del desplazamiento –sobre todo si se marcha a pie- son una imagen del itinerario espiritual signado por el humilde propósito de conversión. Pero complementariamente, la peregrinación posee también un componente festivo: ¡cómo no regocijarnos si vamos a ser recibidos por el Padre misericordioso, que nos recrea con su perdón y nos enriquece con sus dones! Es lógico que el momento cultual, tanto la celebración eucarística cuanto nuestra oración íntimamente personal, se expanda en la recreación familiar y comunitaria a la vera del santuario. No debe olvidarse, asimismo, el aspecto de comunión eclesial que distingue a la peregrinación: no marchamos solos; vamos con los otros, con nuestros hermanos –nuestra parroquia o capilla, nuestro barrio, nuestra diócesis-, vamos con la Iglesia, en la comunión de la Iglesia al encuentro del Señor. Llevamos en el corazón nuestras intenciones pero asumimos también las de todos los peregrinos y hacemos nuestras las grandes y comunes intenciones por la Patria y su incierto futuro, por la extensión del Reino de Dios en nuestra tierra y en el mundo entero.

Ir a Luján es para nosotros una santa costumbre que cumplimos cada año con una gran confianza, porque allá nos espera nuestra Madre y sabemos que es ella quien nos introduce con seguridad al encuentro con Jesús.

+ Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

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