jueves, 31 de marzo de 2011

LEÓN DEGRELLE: A 17 AÑOS DE LA MUERTE DEL GENERAL

Leon Degrelle

En la foto: León Degrelle en vida, y tras su muerte, fue altamente difamado.

Georges Prosper Remi (cuyo seudónimo es Hergé) nació en 1907, hijo de Alexis Remi (empleado de una casa de confección para niños) y Elizabeth Dufour, ama de casa. Cursó sus estudios secundarios en un colegio religioso, el Saint Boniface, abandonando los Boy Scouts de Bégica (no religiosos) para afiliarse a la Federación de Boy Scouts Católicos. En 1925, Georges ingresa en Le XXème Siècle, periódico conservador de orientación clerical y nacionalista. Hergé es el autor del reconocido comic “Tintín”, mundialmente aclamado.

EL FAMOSO TINTIN

El 10 de enero de 1929, Tintín apareció por primera vez en las páginas de Le Petit Vingtième. La primera aventura del joven reportero lo lleva a la Unión Soviética, donde se enfrenta a los bolcheviques.

Al concluir su publicación semanal, en mayo de 1930, una muchedumbre de lectores se concentró en Bruselas junto a la Estación de tren, donde el periódico simuló la llegada de Tintín de la URSS (con un joven vestido como Tintín yun fox-terrier). El enorme e inesperado éxito de la publicación animó a Hergé a prolongar sus aventuras.

Hergé, autor del célebre cómic Tintín, fue rexista. Léon Degrelle reveló que el personaje de Tintín se inspiraba en él mismo, en tanto que Herge conoció a Degrelle en su juventud cuando éste era periodista de la revista católica le XXe Siècle e ilustró la cubierta de una de sus obras, Histoire de la guerre scolaire.

 Tintin Degrelle es el rostro de Tintin

Degrelle joven

 NACIMIENTO Y PROYECCIÓN

Léon Joseph Marie Ignace Degrelle nació en Bouillon, Bélgica, el día 15 de junio de 1906. Fue un político belga y militar que fundó en la década de 1930 el movimiento político Christus Rex (Rexismo), de inspiración católica tradicional, que luego se aproximó al movimiento corporativista que surgía en Europa.

Combatió como militar junto a las fuerzas del Eje en la Segunda Guerra Mundial en la Legión Valonia, una unidad extranjera adscrita a las Waffen SS. Cuando la Alemania nazi se rindió, Degrelle se encontraba en Noruega, desde donde viajó a España, falleciendo en la ciudad de Málaga.

A comienzos de los años '30 se afilió a Acción Católica y comenzó a trabajar para una editorial católica llamada Christus Rex (en latín, «Cristo es Rey»), que publicaba un periódico homónimo. Viajó a México como corresponsal para cubrir la Guerra Cristera que se libraba entre la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa y el anticatólico gobierno mexicano que persiguió a muerte el Catolicismo, por la marxista  inspiración de la Constitución de 1917 había impuesto la persecución del clero mientras se implementó una sangrienta política desde la vida pública. El grito de guerra de los cristeros, «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!», impresionó profundamente a Degrelle, quien a su regreso en 1934 fundaría Les Editions de Rex y empezaría a movilizarse en el Partido Católico belga para promover un curso de acción más militante.

El 29 de marzo de 1932 contrajo matrimonio con Marie-Paule Lemay, con quien tuvo cinco hijos — cuatro chicas y un chico (el cual falleció en un accidente de moto cuando era joven).

REXISMO

En 1936 denunció la «corrupción» de los partidos existentes —incluyendo al Partido Católico de Bélgica—, y fundó el Partido Rexista. Su programa era de tendencia social e incluía denunciar la injerencia de las grandes empresas y la banca en la economía y la política belgas. De la Doctrina Social de la Iglesia Degrelle implementaría centros de reunión y difusión de información y cultura en que se inspiraron las “unidades básicas” del peronismo en Argentina, como medio de movilizar al pueblo; así como el ideario de Justicia Social, justo precio y justo salario, con el mismo énfasis verticalista que la Italia fascista de Mussolini había aplicado a la organización corporativa de la sociedad.

La doctrina del rexismo apelaba a la regeneración moral de la sociedad belga de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia Católica romana, formando una sociedad corporativista

El partido contó con apoyo en la región valona, y pronto una filial flamenca, el Vlaamsch Nationaal Verbond bajo la dirección de Paul de Mont, se le sumó. Su plataforma incluía la abolición del sistema democrático y el establecimiento de una organización corporativa del gobierno El 24 de mayo de 1936 participó por primera vez en las elecciones, en las que obtuvo 21 diputados y 12 senadores (11,49% de los votos). La sección flamenca también obtendría representación, tras conseguir 72.000 votos. En 1937 obtuvo un 19% de los sufragios.

PREGUERRA

Degrelle, formado en periodismo y de pluma entrenada en la revista estudiantil XX Siècle, escribía sus propios discursos políticos. De esta época data su estrecha amistad con el famoso dibujante George Remi, conocido como Hergé.

Degrelle se reunió en agosto de 1936 con Benito Mussolini, y al mes siguiente con Adolf Hitler, de quien era íntimo amigo, de los que obtuvo financiación para el partido. También se entrevistó con otros líderes, incluyendo a Corneliu Codreanu, líder de la Guardia de Hierro rumana, y a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española.

El 31 de Marzo de 1994 el General Léon Joseph Marie Ignace Degrelle dejó este mundo habiendo militado siempre como un Cruzado de la Fe.

Luchó y murió por Jesucristo, por el Honor y su Nación, que fueron su bandera. Su ejemplo encendió millones de corazones.

"Un día se repetirán con orgullo los nombres sagrados de nuestros muertos. Nuestro pueblo, al escuchar esa historia de gloria, sentirá hervir su sangre y reconocerá a sus hijos." (Léon Degrelle)

AGONÍA DEL SIGLO

Por León Degrelle

“El mundo no es sino confusión y tormento. El odio destroza sus entrañas. Mata, mancha y arrastra a sus víctimas en el oleaje fangoso de su furor. Los hombres se buscan con maldad de chacales. Se les oye rugir en la noche iluminada por los rayos.

Los pueblos se detestan.

Los individuos se detestan.

Ya no respetan nada, ni siquiera al vencido que yace en la tierra, ni a la mujer que implora, ni a los niños de ojos abiertos a los sueños.

Ha muerto el soñar.

Solo vive la bestia, la bestia salvaje que pisotea a los tímidos y a los fuertes, a los inocentes y a los culpables.

Todo titubea, el armazón de los Estados, las leyes de las relaciones sociales, el respeto a la palabra.

Los hombres que antes creaban la riqueza en un esfuerzo redoblado, se enfrentan ahora como fieras desencadenadas.

Mentir es sólo una forma más de ser hábil.

El honor ha perdido su sentido, el honor del juramento, el honor de servir, el honor de morir. Los que permanecen fieles a estos viejos ritos hacen sonreír a los demás.

La virtud ha olvidado su dulce murmullo de manantial. Las sonrisas no son ya confesiones del amor sino reticencias, estafas o rictus.

Se asfixian las almas. El denso aire está cargado de todas las abdicaciones del espíritu.

El olfato busca en vano un aura pura, el perfume de una flor, la frescura de una brisa impregnada de mar...

El mar de los corazones está hosco. No tiene velas blancas. No hay alas que canten sobre su lomo inmenso.

Los jardines del corazón han perdido su color. No tienen pájaros. ¿Qué pájaro, por acaso, podría cantar en medio de la tormenta, mientras el hombre busca al otro hombre, para odiarle, para corromper su pensar, para hollar con los pies la rosa?

Los dones han muerto, el don del pan para los cuerpos frágiles, el don del amor para las almas que sufren.

¿Amar? ¿Por qué? ¿Para qué amar?

El hombre, encerrado en su caparazón, ha hecho de su egoísmo una barricada. Quiere gozar. La felicidad, para él, se ha convertido en un fruto que devora ávidamente, sin recrearse en él, sin repartirlo, sin dejarle, siquiera, ver a los demás.

¿Para qué aguardar al fruto maduro que tendría que repartirse entre todos? El amor, el mismo amor, ya no se da a los demás; se huye con él entre los brazos, deprisa, deprisa.

Sin embargo la única felicidad era aquello: el don, el dar, el darse; era la única felicidad consciente, completa, la única que embriagaba, como el perfume sazonado de las frutas, de las flores, del follaje otoñal.

La felicidad sólo existe en el don. Su desinterés de sabores de eternidad, vuelve a los labios del alma con dulzura inmortal.

Dar: haber visto los ojos que brillan porque han sido comprendidos, alcanzados, colmados.

Dar: sentir esos anchos estremecimientos de dicha, que flotan como inquietas aguas sobre el corazón, súbitamente serenado, empavesado de sol.

Dar: haber llegado a esas múltiples fibras secretas con las que se tejen, los misterios ardientes de una sensibilidad, emocionada, como si la lluvia suave del verano hubiera refrescado los rosales que trepan por los muros polvorientos y cálidos.

Dar: tener el gesto que alivia, que hace olvidar a la mano que es de carne, que derrama un deseo de amar en el alma entreabierta.

Entonces, el corazón se torna tan leve como el polen de las flores, y se eleva como el canto del ruiseñor, con su misma voz ardiente, que alienta nuestra penumbra. Desbordamos la felicidad porque hemos derramado la capacidad de ser dichosos, la felicidad que no habíamos recibido para que fuera sólo nuestra, sino para derramarla, porque nos ahogaba, como la tierra que no puede retener sus manantiales, los deja desbordar sobre las flores numerosas de las praderas, o por las hendiduras de las rocas grises.

Pero hoy, los manantiales no brotan ya. La tierra, egoísta, no quiere despojarse del tesoro que la agobia. Retiene la felicidad y la ahoga.

Las rocas se secan y saltan en pedazos. Y Las flores, oprimidas en los corazones, sucumben.

Se ha cegado el impulso de los manantiales.

Las almas mueren, no solamente porque solo reciben odio, sino también porque se ha desnaturalizado su propio amor, cuya esencia era probar y darse.

Esta es la agonía de nuestro tiempo.

El Siglo no se hunde por falta de elementos materiales.

Jamás fue el Universo tan rico, ni estuvo tan colmado de comodidades, gracias a una enorme y fecunda industrialización.

Jamás hubo tanto oro.

Pero el oro está escondido en los cofres blindados, más seguro que en las más profundas cavernas.

Los bienes materiales, monopolizados, sirven para matar a los hombres y no para socorrerles. Son una razón más para odiar.

Han convertido en garras las manos que los tocan, y en jaguares los cuerpos humanos que los utilizan.

Sin amor, sin fe, el mundo se está asesinando a sí mismo.

El Siglo ha querido, ciego de orgullo, ser tan sólo el Siglo de los hombres.

Este orgullo insensato le ha perdido.

Ha creído que sus máquinas, sus «stocks». Sus lingotes de oro, le podrían dar la felicidad. Y sólo le han dado alegrías, pero no la alegría, no esa alegría que es como el sol que nunca se apaga en los paisajes que antes, ha llenado de ardiente esplendor. Las tristes alegrías de la posesión se han endurecido como púas y han herido a los que, creyéndolas flores, las acercaban a su rostro.

El corazón de los vencedores del siglo, vencedores de un día, está lleno de melancolía, de acritud, de una horrible pasión de apoderarse de todo enseguida, de una cólera brutal, que se eriza frente a todos los obstáculos.

Millones y millones de hombres se han batido y se han odiado. Un huracán les arrastra, cada vez más desencadenado, a través de los aires encendidos. La lengua seca, frías las manos, adivinan ya, en medio de su delirio, el instante próximo en que su obra de locos será aniquilada. Desaparecerá, porque era contraria a las leyes del corazón y a las leyes de Dios.

El solo, Dios, daba al mundo su equilibrio, dominaba las pasiones, señalaba el sentido de los días felices o desgraciados.

¿Para qué haber sido ambicioso, cuando el verdadero bien se ofrecía sin límites, generosamente, a todos los corazones puros y sinceros?

E1 mundo ha renegado de esta alegría, sublime y orgullosa, como los chorros de una fuente.

Ha preferido hundirse en los pútridos mares del egoísmo, de la envidia y del odio.

Se asfixia en la ciénaga.

Se debate en medio de sus guerras, de sus crisis, en medio de los lazos resbaladizos de su egoísta pasión.

Aunque se reúnan todas las conferencias del mundo y se agrupen los jefes de Estado y los expertos, nada podrán cambiar. La enfermedad no está en el cuerpo. El cuerpo está enfermo porque lo está el alma. Es el alma la que tiene que curarse y purificarse.

La verdaderamente grande y única revolución que está por hacerse es ésa: aun tan sólo las almas, llamadas por el amor del hombre y alimentadas por el amor de Dios podrá devolver al mundo el claro rostro y una mirada limpia a los ojos purificados por el agua serena de la entrega generosa.

No hay opción: o revolución espiritual, o fracaso del Siglo.

La salvación del mundo está en la voluntad de las almas que tienen Fe.

Por esto, España mística, España de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, de San Francisco Javier, de San Ignacio, para esto creo yo en tu misión, en una misión junto a la cual tus pasajeras desgracias nada son; misión privilegiada entre todas: la de derramar en las almas en agonía la sangre de tu alma ardiente.

Ningún país, hoy, tiene tu fe. Tu Fe, la ruda Fe de los penitentes de Lorca o de Sevilla y la de los Cruceros de Navarra. Tu Fe alegre de las panderetas navideñas y la de las carretas abigarradas de la Romería del Rocío.

Ningún otro país ha sido bendecido con más amor por la Virgen, tu Virgen milenaria del Pilar, tu Virgen de los guerreros de Covadonga, tu Virgen del Camino para los que andan a tientas buscando su sendero. Tu Virgen de los Desamparados, para las almas a la deriva. Tu Virgen de las Angustias, para los corazones destrozados por el dolor.

Toda tu tierra es oración, don alegre, don doloroso, impulso místico, confianza y esperanza.

Tus mujeres, bajo sus mantillas negras, tienen los ojos ardientes y dulces como los pétalos aterciopelados de los pensamientos. Tu pueblo se asocia a Dios en todos sus actos. Has conquistado una ancha parte del mundo confiando a la Virgen las velas de tus carabelas y clavando la Cruz en cada uno de los pedazos de tierra hallados por tus conquistadores y por tus monjes.

En todos tus monasterios, en cada iglesia, donde las campanas cantan por el aire azulado de la noche, en cada hogar donde los niños duermen mezclando el nombre de la Virgen a sus cándidos sueños, en tu integridad resplandece la Fe como ese sol que al amanecer se derrama sobre los ásperos montes y las llanuras onduladas, sobre los pueblos blancos y los torreones de los castillos, y los santos de piedra de tus catedrales.

Tú vives tu Dios. Tu juventud es como un ejército de Cruzados. Contempla, con el corazón henchido y desbordante, al mundo que le llama.

¡Español, hijo de Dios, sigue derecho tu camino!

¡El siglo te aguarda!

¡Las almas ardientes lo pueden absolutamente todo!"

 

 

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