jueves, 27 de mayo de 2010

PEÑA A TOTAL BENEFICIO DE LA ESCUELA DEL NIÑO JESÚS DE PRAGA

 

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Sábado 5 de Junio, 20hs.

Solís 475, Entre Venezuela y Av. Belgrano,

Montserrat, Ciudad de Buenos Aires.

Grupos folclóricos:

Colorados, Payadores

Trovadores del plata

Los Boyeros

Evaristo Viscarra

y otros...

Empanadas y buen vino

Valor de la entrada $20.-

EN LA RECONQUISTA DE BUENOS AIRES, VISIBLE PATROCINIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

El 25 de Agosto de 1806, Don Santiago de Liniers declaraba deberse la Reconquista de Buenos Aires al singular y visible patrocinio de Nuestra Señora del Rosario, dejando en evidencia el espíritu que animó esa gloriosa gesta que hoy, en el bicentenario, se reescribe en apoyo de un proyecto político de tinte socialista, identificado con el modelo “bolivariano” del presidente venezolano Hugo Chávez, en que el Estado es el amo y señor de todas las cosas

“Fue un espectáculo para enfervorizar a los chicos. No queríamos reproducir históricamente nada”, declaró Ernesto Jauretche (presidente de la Comisión Provincial del Bicentenario, creada por decreto por el gobernador Felipe Solá)  al comentar los actos conmemorativos de las Invasiones Inglesas.
“Nosotros necesitamos –agregó- escribir una historia que legitime el proyecto histórico presente: más justo, más libre, con Estado más fuerte” (Cfr. “La Nación”, 4-7-06).
Más que escribir, inventar ... ¡para recabar apoyo político! De ahí que sea urgente restablecer la verdad acudiendo a las fuentes históricas.

Consideración preliminar
En 1806 ya hacía tiempo que la cristiandad medieval venía siendo socavada por el proceso revolucionario y tres consecuencias de ello —entre tantas otras— se mostraron factores favorables al intento inglés en el Plata: a) la decadencia social, moral y religiosa; b) el absolutismo estatista; y c) el menoscabo de la defensa.

a) decadencia social, moral y religiosa.
El proceso de instauración de una falsa separación entre lo natural y lo sobrenatural, entre la Fe y la razón, entre la Religión y la vida diaria, que asola a toda la cristiandad, no tenía como excepción a Buenos Aires.
Pero aquí resistían la descristianización dos pilares aún no bien estudiados.
¿Que sería de nuestra Argentina sin la acendrara devoción que afortunadamente en estas tierras se tiene por la Santísima Virgen?  Una de las más clásicas manifestaciones de esa devoción se verificaba en Buenos Aires cada primer domingo de mes, con la Procesión de la Virgen del Rosario, que los dominicos custodian en su Convento de San Pedro Telmo. El esplendor máximo lo alcanzaba el primer domingo de Octubre, cuando se conmemoraba la fiesta del Rosario, que el Papa San Pío V, un dominico, fijó el 7  de Octubre para agradecer precisamente a la Virgen del Rosario haber salvado la cristiandad con Su milagrosa intervención en el combate de Lepanto, Nuestra Señora de la Victoria que derrotó a la escuadra musulmana.
Poco conocida también la labor extraordinaria de la beata Antula. ¿Que sería el Virreinato del Río de la Plata sin las  Casas de Ejercicios, y todas las bendiciones que atrajo la santiagueña María Antonia de la Paz y Figueroa?

b) el estatismo absolutista
El Renacimiento seguido por la Ilustración montaron un nuevo concepto de estado centralista y burocrático, en oposición a los cuerpos intermedios orgánicos, expresiones concretas del que será llamado principio de subsidiariedad por la Doctrina Social de la Iglesia.
Así el florecimiento normal de las elites nativas —que se perfeccionaban por sus capacidades, y la especial virtud de hacer la donación de sí mismas al bien común— fue paulatinamente desacreditado por las cortes absolutistas. Particularmente afectados resultaban los Cabildos, resabio castellano de antecedentes romanos y legislación medieval, que se constituían en cada lugar con las familias fundacionales, las personas decentes y los hombres de bien y, además de ejercer el gobierno inmediato, eran los naturales defensores de los fueros concedidos a las villas y ciudades, así como su representación ordinaria.

c) menoscabo de la defensa
A la noción de que la defensa es deber de todos, se materializaba en la posesión de armas y municiones por las personas de bien. El gobierno no temía a su pueblo; conste de paso que es prudente temer a los gobiernos que temen a sus pueblos y los quieren desarmados... como siempre sucede con los tiranos.

La población responsable de parte de su propia defensa, se ordenaba alrededor de las estructuras sociales naturales, como la villa, la estancia, la profesión, la región de origen, las cuales que formaban las Milicias Urbanas o Guardias Rurales, y tenían definido marco en la Defensa Territorial, con el apoyo subsidiario del Ministerio de la Guerra, que coordinaba con las unidades mayores.

Pero el estatismo pre-socialista de la Ilustración fue desplazando paulatinamente la nación hacia el monopolio de la defensa en manos del Estado (1)

Desde ese poder centralizado, el último regimiento de infantería enviado de Burgos a Buenos Aires había llegado en 1784. Y desde esa mentalidad estatista, el Virrey Sobremonte no entregará a las corporaciones las municiones y armas que estaban en el Fuerte, cuyo hallazgo sorprenderá a los invasores. Cuando finalmente algo se improvise, los calibres no coincidirán con las armas ...

Revolucionario venezolano anticristiano
Tómese en cuenta antes que nada que el promotor de las invasiones inglesas fue el transhumante revolucionario venezolano, Francisco de Miranda, quien para erradicar la cristiandad hispánica de este continente ya había presentado al primer ministro William Pitt, en marzo de 1790, un plan para restaurar el pagano y despótico imperio incásico.

Otra alternativa, para la cual Miranda instigaba a Simón Bolívar, era la injerencia británica en la formación de republiquetas menores, fácilmente influenciables. En ambos casos Sudamérica quedaría sometida a Inglaterra por un “Pacto Solemne” ofreciéndole un comercio muy vasto y  tesoros para pagar puntualmente los servicios que se le hicieran...

Pero la Paz de Amiens había puesto freno a aquellas iniciativas, ya que Inglaterra debía respetar a España como principal aliada de Francia. Por ese motivo, los ingleses no emprendieron acciones contra América Hispana sino contra Ciudad del Cabo, posición débilmente defendida por los holandeses. La flota zarpó en junio de 1805 para conquistar El Cabo en enero del siguiente año; desde ahí una invasión sobre Buenos Aires sería tarea mucho más sencilla.

Miranda se empeña y Popham decide
Se dieron circunstancias que hicieron propicia la invasión. Por una parte la destrucción de la armada combinada franco-española en Trafalgar, en octubre de 1805. Por otra, la información de que se encontraba en Buenos Aires el depósito de los impuestos recaudados por la Hacienda española. Fue así que sir Home Popham decidió actuar por cuenta propia, intentando emular a almirantes de la talla de Horacio Nelson y sir George Rooke. Popham recibía noticias de rivalidades internas en Buenos Aires, producto de una guerra de intereses entre quienes apoyaban el libre comercio y los que estaban en contra, e imaginaba que ello le facilitaría mucho las operaciones.

Pero el enardecimiento de Miranda desconocía el férreo rechazo de la población católica hacia todo lo que viniera de Gran Bretaña, por considerarla una nación herética y enemiga de España. Y con una visión parcial sobre la realidad americana, suponía que hechos como la rebelión de Tupac Amaru y de los Comuneros de Paraguay y Nueva Granada implicaban un signo claro de odio a la Fe, a la Metrópoli y al monarca, cuando en realidad eran expresiones de malignidad revolucionarias aisladas.

Se lanza la invasión
El 22 de junio de 1806 la flota británica irrumpió amenazadoramente en aguas del Río de la Plata. Dejando atrás la Ensenada de Barrgán, guarnecida por la batería al mando del Capitán don Santiago de Liniers, desembarcaron en Quilmes tres días después 1.600 efectivos a las órdenes del teniente general William Carr Beresford, que iniciaron su avance sobre Buenos Aires.

Anoticiado el Virrey Sobremonte del avance enemigo “...se dirigió al Fuerte, donde dispuso el alistamiento y concentración de fuerzas en diferentes puntos de la población”. Pero no se entregaron las municiones apropiadas a las milicias de la defensa territorial, ni se organizó sostener el Fuerte que tenía 35 cañones. Conforme lo establecido, el Virrey despachó los caudales fuera de Buenos Aires y sólo atinó a replegarse hacia Córdoba para reorganizar la caballería e intentar la reconquista. Y tal como afirma el padre Cayetano Bruno, “...lo demás fue obra de un par de días tan solo; como que el 27 de junio de 1806, Buenos Aires vio desfilar la columna invasora, que tomaba hacia la fortaleza” (2).

Reinaban el desconcierto y la incertidumbre en la población y el vecindario, encerrado en sus casas, trazaba mil conjeturas respecto al desenlace de los hechos.

“Cuando los enemigos llegaron a la altura del templo de Santo Domingo, sin más ruido que el de sus pasos, y con todo el orden de una estricta disciplina, la fortaleza y la plaza eran un laberinto, donde no se oían sino las maldiciones y el ruido de las armas que despedazaban los milicianos al retirarse a sus casas gritando: ¡traición!; ¡traición!. Dando las tres de la tarde entró la columna enemiga en la plaza, ocupó la fortaleza y el brigadier Quintana entregó las llaves y quedó prisionero del mayor general Beresford” (3).

La casa de la Virreina vieja, uno de los tantos cantones de resistencia contra el invasor

Buenos Aires ocupada
Con Buenos Aires en manos del invasor, el general William Carr Beresford intentó congraciarse con la población mediante una política de captación en apariencia generosa y cordial, por la que se comprometía a respetar la lengua hispana y la religión católica e introducir reformas en materia económica y comercial.

Monseñor Benito de Lue y Riega, Obispo de Buenos Aires desde 1803, instruyó inmediatamente a los párrocos para instigar a los fieles a resistir a los ingleses, captar a los católicos que marchaban en sus tropas y restringir el culto público al Santísimo Sacramento para prevenir sacrilegios y burlas.

Así el 1º de julio, la celebración y procesión de la Virgen del Rosario en el templo de los dominicos estuvo muy lejos de lo tradicional. Habiendo concurrido a ella Santiago de Liniers, Capitán de la Real Armada y Caballero del hábito de San Juan, se acongojó y conmovido fue a hablar con el prior a quien aseguró haber hecho “...voto solemne de recuperar la ciudad de manos de los ingleses y ofrendarle [a Nuestra Señora del Rosario] las banderas que tomare al enemigo como trofeos de guerra firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección” (4).

El 5 de julio Beresford hizo reunir al Cabildo en pleno para que sus miembros prestasen juramento de fidelidad al rey británico Jorge III. Hubo quien se acomodó a las nuevas autoridades y perjuró. Pero no faltó grandeza de alma en la élite local y entre quienes se negaron contamos al Obispo Lué y Riega, a fray José de las Animas el superior de los Betlehemitas, y dignatarios de la Audiencia, del Protomedicato y del Real Consulado, como su secretario general, el Dr. Manuel Belgrano.

Ataque de las milicias de Buenos Aires al fuerte ocupado por los ingleses que en pocas horas fueron obligados a enarbolar banderas de parlamento y rendirse. Los trofeos tomados al enemigo se encuentran depositados en la Basílica de Santo Domingo (Av. Belgrano y Defensa), junto a Nuestra Señora del Rosario de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires

Se organiza la cruzada
Mientras Liniers se trasladaba a la Banda Oriental para reclutar tropas, el febril y ajetreado movimiento evidenciaba la puesta en marcha de una gran campaña.

Martín de Alzaga, dueño de una gran fortuna, financiaba toda acción contra los invasores. Juan Martín de Pueyrredón, criollo hijo de un estanciero, reunía efectivos, la mayor parte gauchos de los partidos de Morón, Matanza, Pilar, y Luján. Allí el Párroco Dr. Vicente Monte Carballo, les distribuyó, a modo de escapulario, cintas benditas celeste y blancas de 38 cm, la altura de la Virgen de Lujan. En San Isidro el P. Bartolomé Márquez convocó a la población a combatir.

Y tras “... ampararse bajo el patrocinio de la Santísima Virgen y llevar al campo de batalla el estandarte de la Purísima Concepción que les ofrendó el Cabildo de Luján” salió Pueyrredón a enfrentar al enemigo, decidido a aniquilarlo y ponerlo en retirada. (5)

El combate de Perdriel
Después de asistir a Misa en la iglesia de la Villa, las tropas iniciaron su marcha confiadas en el coraje que las animaba y en el número superior de fuerzas.

Se toparon con los ingleses en los campos de Perdriel lanzándose al combate al grito de “Santiago y Cierra España” y “Mueran los herejes” (6), como los cruzados en Clavijo durante la Reconquista hispana. Sin embargo, el resultado les fue adverso y a poco estuvo Pueyrredón de caer prisionero si — como el mismo apóstol Santiago cabalgando también sobre un caballo blanco — el bravo Lorenzo López, alcalde del Pueblo de Pilar, no hubiese aparecido a tiempo para alzarlo al galope y alejarlo a toda prisa del desastre y la confusión.

Desembarco de Liniers
Liniers desembarcó en el Tigre, la noche del 3 de agosto de 1806 y al pasar por San Fernando, la tropa se detuvo a vivaquear, recogiendo hombres y pertrechos.

En la chacra de los Márquez, en el partido de San Isidro, las fuerzas procedentes de la Banda Oriental se reunieron con los dispersos de Perdriel, permaneciendo tres días detenidos en ese punto a causa de las lluvias; lluvias providenciales que impidieron al ejército británico presentar batalla, permitiendo a los patriotas proseguir su avance hacia la capital.

La Reconquista de Buenos Aires
El 10 de agosto, después de asistir a Misa de campaña, el ejército de Liniers ocupó los Corrales de Miserere, en el actual barrio de Once, intimando desde allí la rendición. No la obtuvo por lo cual reemprendió el avance en dirección a Retiro a través de caminos pantanosos, entre quintas y albardones.
Una multitud de vecinos se acercó a colaborar, arrastrando las piezas de artillería y ofreciendo alimentos a los soldados. “Aquel ejército extraño, en que hombres, mujeres y niños fraternizaban con la tropa para facilitar su movimiento, más parecía una cruzada medieval que ...un cuerpo de milicia reclutado en el Nuevo Mundo” (7).

Los soldados de Liniers luciendo el santo escapulario en el pecho, alcanzaron Retiro donde el futuro Conde de Buenos Aires (8) demostró intrepidez y decisión en un combate de proporciones que le permitió capturar el parque de artillería, acorralando a los ingleses en sus posiciones primero, y obligándolos a replegarse hasta la Plaza Mayor, después.
Liniers estableció su cuartel general en el atrio de Nuestra Señora de la Merced y desde allí comandó el asalto final. Dieciocho cañones guardaban las posiciones inglesas en la plaza en tanto “...sus tropas guarnecían las azoteas de la Recova y de varias casas inmediatas [y] los balcones del Cabildo” (9).

Rendición británica
Cuando el segundo de Beresford, su ayudante Kenneth, cayó a sus pies herido de muerte, el general inglés ordenó a sus tropas refugiarse en el fuerte, en un último intento de resistencia que solo duró unas horas. Ganadas las calles y dueñas de la plaza, las fuerzas locales lograron la rendición, obligando al invasor a enarbolar banderas de parlamento.
La parte sana de los habitantes de Buenos Aires, clérigos y seglares, mujeres y hombres, patrones y asalariados, hacendados y peones, civiles y militares, reunidos por el amor al Cielo y al suelo, a la Virgen y a la Patria, y liderados por figuras rectoras de la sociedad como Liniers, Alzaga y Pueyrredón, había derrotado al invasor.

Nada más opuesto, pues, a una antojadiza “rebelión social” como la que pretendió recrear Ernesto Jauretche cuando se propuso “resignificar” la Reconquistaa fin de justificar la refundación de la Argentina a través de un proyecto político opuesto a sus orígenes históricos y religiosos. (11).

Reconocimiento a los pies de la Santísima Virgen
Don Santiago de Liniers se presentó en el Convento de San Pedro Telmo de la Orden de los Predicadores de Santo Domingo  “ ... y en cumplimiento de su promesa el día 24 del dicho mes de Agosto, obló con solemnísima función, Salva triple de Artillería, concurso de la Real Audiencia, Cabildo secular, e Ilmo. Sr. Obispo, las cuatro banderas, dos del Regimiento núm. 71 y dos de Marina que tomó a los Ingleses, confesando deberse toda la felicidad de las armas de nuestro Amado Soberano al singular y visible patrocinio de Nuestra Señora del Rosario o de las Victorias”. (12)

Notas
1- Esas unidades “de reserva” y “territoriales” son normalmente adiestradas y compuestas con militares de servicio activo como espina dorsal, y con oficiales y soldados de reserva como grueso, y creadas según la combinación unificada para su formación completa y movilización rápida en tiempos de guerra. Hasta hoy son fundamentales para las estructuras de defensa en países constituidos antes de la Revolución francesa, como Suiza y los Estados Unidos de América.
No se confunden con la “milicia popular” que es una fuerza de masas armada, de corte político e innegablemente orientada al control de la población, una fuerza de ocupación del propio país, como las existentes en Cuba, China socialista y Venezuela.

2- RP. Cayetano Bruno sdb, Historia de la Iglesia en la Argentina (1800-1812), volumen VII, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1971, p. 74

3- Ignacio Núñez, “Noticias históricas de la República Argentina” en Biblioteca de Mayo, tomo I, “Memorias”, Buenos Aires, 1960, p. 219

4- Juan Bautista Fos Medina, “Aspecto religioso de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires (1806-1807)”, en “Panorama Católico Internacional”, Año II, Nº 17, p. 3

5- Idem.

6- Idem

7- Célebre batalla próxima a Logroño (23 de mayo del 844) en la que los asturianos, al mando del rey Ramiro I, derrotaron al emir Abderramán II. La providencial aparición del apóstol Santiago, montado en un brioso corcel blanco dio ánimo a los cristianos para arrollar a sus adversarios y ponerlos en retirada.

8- R P. Cayetano Bruno sdb, ob. cit., p. 89

9- D. Santiago de Liniers y Bremond.

10- Bs. As. 20-VIII-1806 (AGN, Bs. As., IX-26-7, 7), en P. Cayetano Bruno sdb, ob. cit. p. 90

11- Acta Capitular del 17 de agosto de 1806, en Conflictos en el Atlántico Sur (siglos XVII-XIX), Círculo Militar, Buenos Aires, 1988, p. 103.

12- “Cfr. “La Nación”, 11 de Junio de 2006.

13- “Acta de los Trofeos”, “Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires”, 25 de agosto de 1806, 1922, p. 817

Fuente: Reconquista Santiago

CARRIO AMENAZA CON LOS CASTIGOS DE “LOS DIOSES”

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En la foto: Elisa Carrió, para quien "apoderarse de las fiestas es castigado por los dioses"

Elisa Carrió, titular de la Coalición Cívica, repudió el eventual interés en obtener rédito político con las celebraciones del Bicentenario.

"Las organizaciones de la Nación y de la Ciudad permitieron esta fiesta. Los felicito de corazón", remarcó
A su vez, Carrió, advirtió que es "equivocado" sacar rédito político de las masivas celebraciones que se registraron en la Capital Federal por el Bicentenario de la Argentina.
"Quien pretende usar o apodarse de estas fiestas es castigado por los dioses", sentenció Carrió.
Según la diputada, "las fiestas son sagradas para los pueblos" y señaló que "todos los intentos de división de la sociedad de Néstor y Cristina Kirchner fracasaron".
En declaraciones radiales, la legisladora aclaró que no "cambió" su opinión sobre la gestión de Cristina Kirchner.
"Cuando el Gobierno se apropiaba de las fiestas no iba tanta gente. Cuando uno da lugar al pueblo se producen estas cosas", subrayó.

CONVOCATORIA MASIVA EL 31 DE MAYO A LAS 19 HORAS ANTE EL CONGRESO NACIONAL CONTRA EL HOMOMONIO

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Indistintamente de la bandera política y al igual que demostramos en la fiesta del bicentenario el pueblo unido debemos comprometernos en la defensa de la Familia, es participando la única manera que no nos sometan a los caprichos del poder de turno. Sumemos voces!!!!

Concurramos todos. Ayuden a difundir esta convocatoria.

Visiten la siguiente pagina http://queremospapaymama.com. ar/

No te olvides de firmar la Declaración Ciudadana por la Vida y la Familia. http://www.uca. edu.ar/index. php/formularios/ declaracion_ ciudadana/ es/universidad/ facultades/ buenos-aires/ matrimonio- y-familia/ declaracion- ciudadana- por-la-vida- y-la-familia/

MONS. AGUER: PATRIOTISMO, GRATITUD, ESPERANZA

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Alocución en la celebración de acción de gracias por el bicentenario patrio realizada por Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

Iglesia Catedral de La Plata, 25 de mayo de 2010

En la proclama emitida el 26 de mayo, la Primera Junta –nosotros la llamamos así aunque fue, en realidad, la segunda- exponía por orden de dignidad sus compromisos. Encabezaba la serie de propósitos una declaración que en aquellos días no podría sorprender a nadie; manifestaba un deseo eficaz, un celo activo y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa. El miércoles 30 se celebró en la catedral la instalación del nuevo gobierno. Como es sabido, todo aquello sucedió en Buenos Aires; la conmemoración religiosa tuvo lugar, por lo tanto, en la catedral de Buenos Aires, iniciándose así una costumbre oficial localizada allí que se observó invariablemente hasta hace pocos años. En aquella primera oportunidad hubo misa solemne y tedéum, con un elocuente sermón del deán del cabildo eclesiástico, Diego Estanislao de Zabaleta.

El tedéum ha sido siempre la oración por excelencia empleada en nuestras fiestas patrias para dar gracias a Dios. El origen de este himno litúrgico se sitúa en los primeros años del siglo V; en sus 29 versos se suceden una alabanza a la Santísima Trinidad, la glorificación de Cristo y de su obra redentora y la súplica que resulta de la compilación de varios salmos bíblicos. Es un poema compuesto para ser cantado, que atrajo la atención de compositores de todos los tiempos. Disponemos desde los varios tonos del canto llano, aptísimos para el uso litúrgico, hasta las obras más complejas y espectaculares de diversos estilos, que se escuchan muchas veces en salas de concierto. Mozart, Berlioz, Haydn, Liszt, Verdi y Bruckner –para citar sólo algunos nombres- nos legaron versiones admirables del tedéum y numerosos músicos argentinos aportaron también a esta tradición, entre ellos Pablo Beruti, Gilardo Gilardi, Enrique Albano, Elsa Calcagno, Angel Lasala, Julio Perceval y Roberto Caamaño. Nosotros también, en el centro de esta celebración de hoy, nos uniremos silenciosamente al canto de una versión breve de este himno que será proclamado en nombre de todos, en representación de la comunidad platense.

¿Qué sentimientos, qué actitudes deben inspirar la recordación bicentenaria de aquellos acontecimientos que iniciaron el proceso de nuestra emancipación? Una mirada dirigida hacia el pasado, abarcadora y objetiva, debe movernos a la acción de gracias; si intentamos, en cambio, avizorar el futuro, la posible cautela tiene que ceder su lugar a la esperanza. Dos disposiciones de ánimo, la gratitud y la esperanza, que se fundan en otra, raigal, imprescindible: el amor a la patria. Las tres implican la memoria del don, de los dones recibidos de Dios y de las generaciones que nos precedieron, pero también el reconocimiento de nuestras deficiencias y del estado actual de la sociedad argentina.

El amor a la patria se llama patriotismo. Pero esta palabra parece haber caído en desuso; un manto de sospecha la desprestigia, como si el sentimiento que designa pudiera confundirse fácilmente con el alarde excesivo e inoportuno del patriotero. Creo que se conserva todavía en el juramento de los funcionarios públicos, que se comprometen a desempeñar su cargo con lealtad y patriotismo. Amar a la patria significa para sus hijos querer efectivamente su bien y estar dispuestos al sacrificio por ella. ¡Parece demasiado para los tiempos que corren! Los antiguos romanos habían acuñado un término que pasó a la tradición cristiana: pietas, piedad; así se llama el vínculo que religa a los hijos con sus padres y con la tierra de sus padres y que se expresa en el respeto, la veneración, el amor entrañable, sentimientos y actitudes que intentan saldar una deuda estrictamente impagable. Es ésta un área espiritual problemática para nosotros, argentinos. En el carácter nacional se insinúa una tendencia a prescindir de la referencia fundante a las raíces, como si fuéramos seres sin herencia; existe, por consiguiente, una falla, una carencia del sentido de lo comunitario. El sentido de pertenencia a una comunidad es algo más profundo y permanente que el entusiasmo futbolístico por el triunfo en “el mundial” y que la ocasional masificación inducida por consignas ideológicas o el clientelismo político. La referencia a las raíces –habría que decir a la tradición, en su significado más noble y esencial– hace posible cultivar el sentimiento y afianzar la conciencia de un destino común. Entre nosotros predomina el individualismo de personas o de grupos, la conciencia y el apetito del bien propio sobre la búsqueda del bien común. De allí la fractura, la estratificación de la sociedad argentina con sus secuelas de injusticia y nuestra inclinación atávica a la discordia. Tenemos que recuperar la pietas para con nuestra patria, el amor a ella: patria, no “este país”, como dicen muchos. Sólo así podremos reconocer gozosamente su belleza, porque el amor nos abre los ojos y nos pone en contacto directo con la realidad, alimenta el coraje y si es preciso el sacrificio, o el llanto.

La exhortación del Apóstol: vivan en la acción de gracias (Col. 3, 15) señala el clima espiritual apropiado a esta celebración. Hoy damos gracias a Dios por los doscientos años transcurridos desde aquellos días de mayo y por el tiempo anterior, que no podemos sustraer a nuestra historia, pero sobre todo por el don que es la patria misma. El agradecimiento es siempre la respuesta que corresponde a un regalo, a una dádiva de suyo inmerecida. Otros han sido los instrumentos de la Providencia para darnos una patria, una nación independiente; nosotros asumimos esa herencia para transmitirla si es posible enriquecida a las generaciones venideras. La gratitud por el pasado no es un sentimiento indefinido, supone un discernimiento operado con objetividad y realismo. Existe un drama secular en la Argentina, que es la tergiversación de la historia, en la que se han filtrado imposturas manifiestas canonizadas como dogmas. Así ha ocurrido con sucesos clave del siglo XIX, y ocurre nuevamente con hechos más o menos recientes, observados con mirada tuerta, cuya interpretación sesgada mantiene abiertas heridas dolorosas, incentiva la división, perturba los ánimos y extravía el juicio de los jóvenes y de los desprevenidos. La memoria debe ser integral, la verdad completa; las medias verdades ofrecen mordiente al resentimiento, atizan los rencores, perpetúan el desencuentro. La aspiración ardiente a la justicia no debe servir de disfraz al odio y a la sed de venganza. Todos tenemos que empeñarnos, según la función de cada uno y los medios de que dispone, en procurar la reconciliación y en favorecer la unidad nacional; pero este es un deber sagrado para quienes presiden la comunidad: de su prudencia y magnanimidad depende, ciertamente, la armonía del todo social y la promoción de la paz interior.

La memoria agradecida del pasado supone que nos hacemos cargo de los males que se han acumulado en nuestra historia y que pedimos perdón por ellos para quedar efectivamente liberados y ser capaces de perdonar. Podemos asumir, en nombre de nuestros antepasados, los acentos conmovedores de la oración de Daniel: ¡A ti, Señor, la Justicia!; a nosotros, en cambio, la vergüenza reflejada en el rostro. Hemos pecado, hemos faltado, hemos hecho el mal, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y tus preceptos (Dan. 9, 7.5). Entonces la acción de gracias se prolongará en un canto de esperanza.

Una actitud de esperanza es, precisamente, la que corresponde esbozar en una ocasión solemne como ésta de nuestro bicentenario. El objeto de la esperanza es un bien futuro y posible, aunque arduo de alcanzar; en nuestro caso es la plena realización de la nación argentina. La esperanza de personas de fe, de un pueblo mayoritariamente religioso como éste al cual pertenecemos, se apoya en Dios, que en los salmos bíblicos y en los escritos de los profetas aparece designado como roca, escudo, baluarte inexpugnable, peñasco que sirve al creyente de refugio. En el preámbulo de nuestra Constitución se lo invoca como fuente de toda razón y justicia y se apela a su protección. Contamos, por tanto, con la ayuda de Dios; sin embargo, la esperanza requiere nuestra fortaleza, el esfuerzo de realización, la grandeza del alma de quienes se arriesgan en el cumplimiento de un destino apetecible, de quienes asumen la vida como una vocación. La esperanza es un valor íntimamente personal, pero se verifica también en un sujeto colectivo en la medida en que éste constituye una auténtica comunidad, cohesionada por la amistad social.

El horizonte de la esperanza ha sido trazado en la primera página de la Torá, cuando el Creador bendijo al hombre y a la mujer, plasmados a su imagen, y les encomendó llenen la tierra y sométanla (Gén. 1, 28). Este mandato vale singularmente para el pueblo argentino, que ha recibido el don de una tierra ancha y espaciosa, que mana leche y miel (Ex. 3, 8). La meta de poblar armoniosamente con hijos de esta patria nuestro territorio casi deshabitado es, probablemente, una condición para afrontar la cuestión inaplazable de un desarrollo integral de la nación. El bien común es la perfecta realización de la Argentina, de tal modo que cada uno de los habitantes de esta tierra bendita del pan pueda procurarse todo lo que le baste para vivir y para vivir bien; la totalidad incluye los bienes superiores del espíritu, la educación, la cultura, la libertad. No debe haber hijos y entenados, sino ciudadanos que gocen de plenos derechos y cumplan los correspondientes deberes, no meros habitantes ni clientes del poder de turno. El bien precioso de un recto ordenamiento jurídico de la sociedad es una condición principal de esa totalidad de realización; debe ser tutelado por los tres poderes del Estado y no deturpado por leyes inicuas que alteren la esencia natural del matrimonio, que minen la solidez de la familia y entreguen al estrago la vida de los niños por nacer. No son éstas utopías. El bien que es objeto de la esperanza no se encuentra al alcance de la mano, pero puede ser conquistado si no cedemos a la comodidad y al facilismo; sobre todo si no se ofusca en nuestro espíritu la contemplación de la verdad, si no se apaga en nuestro corazón el amor a la vez racional y apasionado del bien.

¿Qué podemos aportar los cristianos al futuro de la Argentina? Ante todo, el espíritu de las bienaventuranzas del Evangelio, y un compromiso coherente y activo por el bien de nuestra patria temporal. El Santo Padre Benedicto XVI ha recordado hace pocos días que corresponde a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de modo nuevo y profundo la realidad y transformarla. Indicaba también el Papa que es preciso buscar, en la dialéctica democrática un amplio consenso con todos aquellos que se toman a pecho la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la necesaria búsqueda del bien común. Estos bienes han de ser objetos privilegiados de nuestra esperanza y nuestra lucha; son irrenunciables, como es irrenunciable el futuro de otra Argentina posible, de una Argentina mejor.

Un fino poeta nuestro, José María Castiñeira de Dios, en su Discurso sobre la Patria se encaraba afectuosamente con ella y le decía:

¡Yo te incito a romper las cadenas ocultas

y a exorcizar el maleficio

y a soltar las maneas,

para que sean eternos los laureles de gloria

que otros hombres mejores

nos legaron un día!

Incitación y a la vez noble presagio, contenido legítimo, altísimo, oportuno, para nuestra esperanza y nuestra oración.

+ Héctor Aguer

Arzobispo de la Plata