martes, 24 de noviembre de 2009

SI, LA UNICA IGLESIA QUE ILUMINA ES LA IGLESIA QUE ARDE



Por Christian Viña

(Católico... y periodista)



Desde hace un tiempo, la situación de violencia y conflictividad social que azota a nuestro país –y sobre la que acaba de advertir el Episcopado argentino- está adquiriendo ribetes dramáticos. Pobreza, miseria, exclusión; crímenes, secuestros, perversiones y odios de todo tipo; y un persistente endiosamiento de la venganza, como excluyente forma de hacer justicia, nos muestran no una Patria engalanada para celebrar el Bicentenario de Mayo, sino sus ayes de leona, que en la jaula brama, como bien escribiera Almafuerte.



Y en este contexto –como ayer, hoy y siempre-, la Iglesia Católica sufre los ataques salvajes de sus enemigos de todas las épocas: las sociedades secretas, de inspiración masónica, que buscan aniquilarla; los materialistas de cuño liberal y marxista; los dueños del poder financiero internacional, y su exclusivo afán de lucro; los extremistas que, en su delirio, combaten porque sí contra toda forma de autoridad y, por si fuera poco, la embestida de quienes, para justificar sus desviaciones contra natura, luchan –paradójicamente- contra el orden natural, para ellos inexistente.



Templos pintados con leyendas obscenas y sacrílegas; activistas que invaden iglesias y llegan a profanarlas, incluso, hasta con la deposición de sus excrementos; y hombres, mujeres y niños escupidos, humillados y golpeados, mientras rezaban el Rosario, unidos en una cadena de brazos, para custodiar sus Catedrales, son sólo apenas unas muestras de esta escalada. Y una frase que se repite, en la orgía de odio que sale de gargantas, aerosoles y pinceles es: La única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde... Acaba, incluso, de escribirse y gritarse a los cuatro vientos, durante la Misa de Clausura de la Exposición del Libro Católico, en La Plata.



No hay que ser muy perspicaz para entender el mensaje. Como los detractores de todos los tiempos acusan a la Iglesia de oscurantista; de sumir a los pueblos en las tinieblas de la ignorancia, y de querer arrastrar a individuos y naciones a su sometimiento económico y una servil explotación, sólo una Iglesia incendiada puede dar algo de luz... Sueñan, así, con ser los nerones de la posmodernidad; e imaginan el día en que, desde caligulescos escenarios, tocando la cítara o vaya a saber qué instrumentos, verán reducir a cenizas todos los templos católicos...



Hemos visto quemar Iglesias, entre nosotros, en un pasado no lejano. Hoy sabemos por la historiografía seria –y no por la panfletaria, que sólo busca hacer rating o vender revistuchas pseudohistóricas- que ello se debió a un plan bien orquestado del anticatolicismo; con la sibilina colaboración de algunos infiltrados en el gobierno de turno. Se buscó, entonces, lo que siempre se busca: dividir al pueblo creyente, y hacerlo optar por su fidelidad a Dios o al César. Hubo, así, incluso en las propias familias católicas, quienes tiraban a la calle el cuadro del Papa, y quienes hacían lo propio con la imagen del Presidente de entonces. Lo cierto es que aquella herida sigue sangrando...



Confieso que cuando leo o escucho La única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde, mi primer pensamiento se dirige a sus autores. ¿Acaso no se dan cuenta del odio que los destruye?. ¿No piensan, por un momento, que son títeres de los intereses que dicen combatir?. ¿Tendremos oportunidad de hacerles ver que se equivocaron de enemigo?.



Tuve, de cualquier modo, un momento de providencial iluminación al pasar frente a la Parroquia Nuestra Señora de Balvanera, mientras rezaba el Rosario, y leer la frase, por enésima vez, en uno de sus muros. A pocos metros, un grupo de jóvenes católicos, de la Noche de la Caridad, alimentaba a indigentes de la calle. Sí, efectivamente –me dije- la única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde. Arde en las manos congeladas de esos ancianos hambrientos, y en las manos de esos chicos; que se toman en serio ser discípulos de la Luz del mundo. Y que, por lo tanto, no andarán en tinieblas, sino que tendrán la Luz de la Vida (Jn 8, 12).
Ilumina y arde la Iglesia cuando, el fuego de su amor, le permite reconocer a Cristo en el hambriento, el sediento, el enfermo, el forastero y el preso (Mt. 25, 31 – 46) Y cuando, al hacerse cargo de ellos, denuncia las estructuras sociales injustas que, primero, los generan y, luego, los descartan.
Ilumina y arde la Iglesia cuando muestra, con sus palabras y silencios; con sus obras y enseñanzas, que el fuego es la energía trasformadora de los actos del Espíritu Santo. Y cuando anuncia a Cristo como el que bautiza en el Espíritu Santo y el fuego (Lc 3, 16)



Ilumina y arde la Iglesia cuando profesa la Fe en su único Señor, que vino a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido! (Lc 12, 49)
Ilumina y arde la Iglesia cuando, junto a su Madre, María Santísima, deja descender, en formas de lenguas como de fuego, sobre sus discípulos, para colmarlos de Él, al Espíritu Santo; como en aquella mañana de Pentecostés (Hch 2, 3-4)
Ilumina y arde la Iglesia cuando reconoce en Jesús la Luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre (Jn 1, 9)
Ilumina y arde la Iglesia cuando, en la luz inextinguible de sus mártires, confirma que ni las llamas del odio, ni las garras ni los dientes de las fieras, ni el fuego de la pólvora, ni el filo de la espada, podrán terminar con el Amor, ni con un Reino que no es de este mundo (Jn 18, 36)
Ilumina y arde la Iglesia cuando, en la brillantez de sus santos, muestra la generosidad y el desprendimiento de quienes quemaron su vida por Cristo y su Reino.
Ilumina y arde la Iglesia cuando, para llevar la Buena Noticia de la salvación, cruza los mares, desafía los desiertos, se interna en las selvas, trepa todas las montañas y desciende a cualquier pozo, para mostrar a los hombres de nuestro tiempo que ser feliz, desde Cristo, está al alcance de sus manos.
Ilumina y arde la Iglesia cuando se muestra, sin pudores ni cálculos humanos, verdaderamente Santa; esposa inmaculada de su Santo fundador, y Madre de una multitud de santos.
Ilumina y arde la Iglesia cuando, incluso con el pecado y hasta el escándalo de algunos hijos prominentes, implora de rodillas perdón a su Señor. Y, lejos de cualquier especulación mundana, se experimenta débil, y siempre necesitada de conversión.
Sí, efectivamente, la única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde. ¡Gracias por recordárnoslo...!. Y por invitarnos a pensar -aun desde medios y formas totalmente repudiables-, que no hemos nacido para ser mortecinos fueguitos, llamados a una súbita extinción...!


BUENOS AIRES, Domingo 22 de Noviembre de 2009.-

Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.-

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