martes, 27 de octubre de 2009

JORDÁN BRUNO GENTA A 35 AÑOS DE SU MARTIRIO



1974 - 27 de octubre - 2009


- I -


Se llamaba Jordán Bruno Genta, aunque algunos todavía no sepan escribir ni pronunciar su nombre. Y otros —recién llegados curiosamente a su tributo— lo hayan ignorado o rechazado por extremoso; mientras nosotros, nacionalistas y católicos, lo homenajeábamos año tras año, a veces en la soledad de una catacumba eclesial amiga, a veces en algún fogón provinciano siempre hospitalario, y cada día desde la clase, el libro o la conferencia.

Éramos jóvenes cuando lo mataron y cuando despedimos sus restos con nuestro inconfundible estilo. La memoria registra ojivas caudalosas de brazos en alto mientras su féretro avanzaba hacia la tierra postrimera, los gritos multiplicados de ¡Presente! ante su nombre coreado con bravura, y la consigna legionaria lanzada al viento como un desafío: ¡Viva la muerte!

Fuimos envejeciendo, pero por la gracia de Dios, aquellos ideales juveniles no resultaron abandonados ni torcidos.

Jordán, palabra aguda de resonancias graves y luminosas, como el río en el que recibió el bautismo Nuestro Señor Jesucristo. Bruno, fuerte como coraza o armadura, en antigua semántica germana.

Dios se las ingenió para que se cumpliera el poema: mira que al dar un nombre se recibe un destino.


- II -


Enseñó la Verdad Católica, Apostólica y Romana, en plena y continua comunión con la Cátedra de Pedro. Mas no ignoraba la presencia de los lobos revestidos con las apariencias de corderos. Sufría con el Vicario de Cristo el humo de Satán enseñoreado en el lugar sagrado.

No aprobó jamás los procedimientos castrenses irregulares y clandestinos para combatir al marxismo. Clamaba por la guerra justa, limpia, frontal y varonilmente librada: la guerra contrarrevolucionaria, de la que fue su más esclarecido doctrinario.

Distinguía entre el testigo y el verdugo, el partisano y el guerrero, el soldado patrio y el guerrillero apátrida. Nunca se le hubiera ocurrido homologarlos en un sincretismo contrario a la justicia. La unidad de las derechas y las izquierdas no aparecía en sus discursos. O se honraba a los gauchos de Obligado, o se aplaudía —como los unitarios— la usurpación extranjera. Pero gauchos y usurpadores no resultaban materia de forzadas reconciliaciones mediáticas.

Será prudente aclararlo. Guerra fratricida y dolorosa fue la de nuestra Independencia, porque al fin de cuentas eran los contendientes todos hijos de España. Guerra fratricida y tensa, si se quiere, la de nuestra pugna entre los ponchos celestes y las vinchas punzó. Pero la invasión planificada del Marxismo Internacional contra La Argentina, con la anuencia de una clase nativa al servicio del Aparato Subversivo Mundial, no es contienda de hermanos. Es el programa endemoniado que entonces supo lanzar la Unión Soviética y sus satélites contra las naciones cristianas.

Bien está que pidamos para que la clemencia de Dios alcance a Caín, a Ismael y a Esaú. Pero sólo Abel, Isaac y Jacob son figuras de Cristo.

Bien está que la muerte nos llegue a todos y en las cenizas nos iguale, instándonos por eso a la caridad y deponiendo rencores torvos. Pero uno es el “polvo enamorado”, y otro el destino de los que tendrán que abandonar toda esperanza cuando les llegue su Juicio. De unos seguirán cantado los versos de Foxá: “para la muerte, hermano, te vestirás de fiesta”. De los caínes se apiade el Señor de la Misericordia y nosotros no le dejemos de rezar.

“Allegados son iguales”, decía Jorge Manrique respecto de los muertos que se homologaban unánimemente al tener que comparecer ante el Tribunal del Altisimo. Pero también distinguía entre quien se presentaban con villanía y bajeza, y el varón singular que podía ser rotulado como “maestro de esforzados y valientes”.


- III -


Genta sostuvo una enemistad firmísima con el comunismo, pero también —y simétricamente— con el liberalismo en todas sus variantes. El liberalismo sigue siendo un pecado, y lo sabía.

No fue democrático. Admiraba a los grandes monarcas santos, a los varones jerárquicos instauradores de gobiernos fuertes, a los jefes aristocráticos, a los Caudillos de la Patria y de Occidente; y hasta respetaba cristianamente a los grandes conductores nacionales a quienes aplastó la conjura aliada en 1945.

La Realeza Social de Jesucristo era su opción política. El Omnia Instaurare in Christo, su lema y su norte. Su divisa flameante e izada bien al tope.

Jamás fundó un partido ni aconsejó formarlo o integrarlo. Jamás creyó en la unidad de los opuestos, ni en la coyunda con liberales y populistas, ni en la acción conjunta con quienes no existe previamente la unidad en el Ser, ni en la concordia entendida como irenismo o rendición. Repetía con Santa Teresa: “es preferible la Verdad en soledad al error en compañía”. Y con Aristóteles: “en toda juntura entre lo malo y lo bueno, sufre lo bueno”. No mixturaba los contrarios, así como evitaba mezclar el agua con el vino.

Se atrevió a decir lo que otros callaban y aún callan: que hay una culpabilidad judeomasónica tras el drama de la Argentina y tras la derrota de la Civilización Cristiana. Ni el pulso ni la voz tremaron en su cuerpo cada vez que fue necesario opugnar con la Sinagoga de Satanás. Pero tampoco faltó la caridad siempre que un prójimo, fuere quien fuese, se aquerenciaba hasta su puerta.

Denunciaba con bizarría al Imperialismo Internacional del Dinero, y con mirada sobrenatural alertaba contra la acción del Anticristo.


- IV -


Señaló la naturaleza crapulosa del peronismo, y una por una marcó a fuego las canalladas múltiples de Perón, artífice de la subversión , cohonestador de sus primeros crímenes, y propugnador hasta el final del mundialismo masónico, previo paso por el continentalismo y el socialismo nacional, como repitió hasta el hartazgo. El mito de la expulsión de la Plaza de Mayo de los montoneros no pasó por su magín. Perón murió carteándose cortésmente con Mao, Castro, Dorticós y Allende. Y los jefes montoneros hicieron la “v” de la victoria ante su féretro. Extraño caso de unos “echados” que rinden honores al “echador” y le prometen proseguir la lucha.

Las tónicas del pasado no son las medias verdades sino la metafísica, la teología y la honesta historiografía.

Expresamente repudió la falsa línea ideológica “San Martín - Rosas - Perón”. Sus arquetipos no eran los incendiarios de iglesias sino los herederos de la estirpe del Cid. Una memoria completa no basta para saberlo. Es necesario una historia veraz.

La teoría de los dos demonios, y la posición de quienes se sienten discriminados porque sólo se ataca a uno de ellos, le hubiera causado repulsión y desprecio. En la patria, no se enfrentaron ni se enfrentan dos demonios sino las dos ciudades agustinianas. Él batalló por la Civitas Dei y cayó en su defensa, heroicamente. No fue la víctima accidental de una refriega terrorista. Fue un combatiente valeroso abatido a mansalva por el enemigo. Su condición de víctima sólo puede señalársele en el más profundo sentido teológico de la palabra. Pero escapa completamente al alcance habitualmente otorgado al término, como sinónimo del que muere por causa eventual o efecto secundario.

No estaba por azar cuando ocurrió el atentado marxista, el 27 de octubre de 1974. Ni recibió una bala casualmente, ni resultó el damnificado de una explosión que buscaba otro destinatario. La substancia antes que los accidentes explican su caída. Lo habían ido a matar a la puerta de su casa. Un domingo, cuando rumbeaba para la Santa Misa, en la tradicional festividad de Cristo Rey, como después escribieron sádicamante sus verdugos.

Tuercen los hechos quienes dicen que lo mataron por pensar diferente. Lo mataron por pensar verdadero y obrar y vivir en consecuencia.

Cayó con muerte previsible, anunciada, esperada. Con la muerte bella y merecida del mártir. Dio su sangre ofrecida en oblación por la Cruz y la Bandera, por la Fe y por la Verdad Crucificada.

Para inteligir lo sucedido el 27 de octubre de 1974, no hay que acudir a “las sórdidas noticias policiales”, sino al misterio de la Comunión de los Santos.

Que lo hayan matado los mismos que antes y después mataron a tantos otros —¡ay!, tantos hombres de bien!— no quiere decir que lo hayan matado por lo mismo. No lo mataron por lo mismo que buscaban segar las cabezas de mercaderes yanquis, de empleados del Club de Roma, de dirigentes radicales, de empresarios usureros o de gremialistas pseudonacionalistas, defensores de Salvador Allende. Su muerte no fue un ajuste de cuentas entre internas peronistas. Los guerrilleros distinguieron en su momento lo que hoy no saben ni quieren distinguir otros.

Y que haya muerto en democracia, bajo un gobierno constitucional, no aumenta las culpas de la guerrilla, por no respetar la voluntad popular. Prueba hasta el cansancio lo que el mismo Genta enseñaba recordando el maquiavelismo marxista-leninista: “la democracia es la vía de acceso más directa al Comunismo”.

Lo mataron por ser católico y nacionalista. Lo mató el odio rojo por luchar por el Amor de los Amores.


- V -


En vida, quisimos ser sus discípulos y seguidores.

Desde que lo asesinaron, no hemos dejado de honrarlo, recordarlo, difundirlo, y darlo a conocer entre quienes no habían tenido la gracia de conocerlo. Lo hicimos sin medios y sin los medios. En soledad, con la conspiración de silencio como sombra amenazante y artera. Lo hicimos —corriendo modestos pero concretos riesgos— sin que se enteraran ni nos acompañaran los que hoy, en buena hora, se han percatado de su existencia y se suman a la partida. Bienvenidos si vienen por la victoria pendiente, antes que por la paz gandhiana. Por el perdón tendido al que se arrepienta y enmiende con sinceridad, y la resistencia empecinada contra los herederos sanguinarios del bolchevismo, enseñoreados hoy sobre la nación. Perdonar a los criminales sin arrepentimientos ni compensaciones de sus desmanes no es virtud; es vicio y se llama lenidad. Tender la mano al homicida insolente y amenazante, no es un gesto cristiano sino absurdo.

¿Que importancia tiene que una pseudojusticia mundana —en manos de sodomitas y aborteras— declare alguna vez que el crimen de Genta o el de sus pares en el martirio fue de lesa humanidad? ¿Son acaso las categorías de Nüremberg las que glorificarán a nuestros muertos ilustres? ¿Son acaso los criterios del enemigo los que han de blanquear sus memorias insignes? No fue un crimen de lesa humanidad contra los derechos del Salvador el que se perpetró en el Gólgota. Fue el deicidio. Los deicidas siguen matando a los testigos del Gólgota. Y no hay leguleyería internacionalista que alcance para calificar a los victimarios.

Tampoco estamos pidiendo que un tribunal oportunista y mendaz investigue a los autores del homicidio, ni nos quejamos porque los pastores cobardes de este suelo hayan rechazado la sola posibilidad de introducir su beatificación. Ya dispondrá Dios, en tiempo y forma, príncipes dignísimos de la Iglesia como aquellos que beatificaron a Anacleto González Flores.

Ningún secreto encierra la causalidad formal de su asesinato. Los que lo abatieron gobiernan. Sus nombres y sus rostros, son los nombres y los rostros execrables del Régimen. Caras con muecas sicarias y rictus infames que no logran disimular los avances cosméticos.


- VI -


Dios permita que mañana, por obra de un Caudillo victorioso, se pueda consumar en la Argentina la bella magnanimidad del Valle de los Caídos. El ilustre monumento es una glorificaciòn de la Cruzada, y es a la par el gesto magnificente del vencedor que sabe perdonar y abatir los odios. ¡Qué más quisiéramos que una montaña criolla, burilando en la piedra el fin de las discordias, tras un parte de batalla que diera cuenta de que el ejército rojo está “cautivo y desarmado”. Dichosos quienes conservan este sueño. Generosidad ejemplar los impulsa y sostiene.

Pero aquí y ahora, entre nosotros, con los enemigos ultrajando a Dios y a la Patria, activa y ferozmente, no es el tiempo del Valle de los Caídos sino la hora del Valle de Elah. Aquel donde cuentan las Escrituras que David supo tumbar al maléfico Goliath.

Siempre será honesto y legítimo predicar la concordia y bregar por ella. Cuánto más si el objetivo es la libertad de los cautivos, cuyo confinamiento supera el límite de todo oprobio. Pero sépase que la concordia no ha de pedírsele a Luzbel, ni ofrecerla como garantía de conciliaciones a cualquier precio, ni exhibirla como prueba de debilidad. La primavera no volverá a reír porque le roguemos a los tiranos que escuchen nuestras buenas intenciones. Antes habrá que alistarse en una resistencia valiente para que la tiranía no termine por arrasarlo todo.

Jordán Bruno Genta está a la derecha del Padre, gozando del merecido cielo que alcanzó por asalto, al haber caído como mártir de la Fe en el más estricto y cabal sentido de la palabra. Los mártires de los últimos tiempos no serán reconocidos como tales, escribía San Agustín. No serán reconocidos por los heresiarcas. Pero el Dios de los Ejércitos pasa revista en cada alba, y un ángel arcabucero señala su presencia con un centelleo vertical de luces altas.

De eso se trata este homenaje. De decir la verdad entera.

Jordán Bruno Genta: mártir de Cristo Rey. Jordán Bruno Genta: maestro de la Verdad. Jordán Bruno Genta: católico y nacionalista.

Jordán Bruno Genta: ¡Presente!


¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA LA PATRIA!



Antonio Caponnetto

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