viernes, 11 de septiembre de 2009

“RESPETO, COMPRENSIÓN Y CONCORDIA"

En la foto: Jordán Bruno Genta, el filósofo católico asesinado por motivo de la Fe vivida en grado heroico, el día 27 de octubre de 1974.


Por María Lila Genta.

Hay quienes me aconsejan guardar un prudente silencio público sobre el tema que me dispongo tratar. Me tomé varios días para evaluar si, en este caso, el silencio no sería sinónimo de “cobardía”. Es difícil intervenir en esta “guerra cibernética” que ha producido tanta satisfacción a nuestro “amigo” Baldomero Ugarte, entre otros. Era de esperar: nuestras internas hacen la delicia del enemigo. Por eso, hasta el momento, sólo mantuve conversaciones privadas con algunos de los actores del “caso Labraña”. Sin embargo, dado el incremento de la polémica, me parece que, tal vez, pueda ser útil poner alguna palabra con la intención de apaciguar los ánimos y clarificar el tema.

Me parece, ante todo, que lo mejor, como siempre, es intentar conocer, tratar de escuchar y de dialogar antes de juzgar.

Por eso quise conocer a Labraña. Me azoré, confieso, cuando leí las intervenciones engoladas, despreciativas e, incluso alguna de ellas, insultantes, de la “trinidad” que se alzó públicamente en contra de quienes ven en la actitud del ex guerrillero Labraña la posibilidad de iniciar un camino hacia la paz y la concordia nacional; aunque hay que reconocer distinto grado de agresividad y de tono en aquellos tres escritos iniciales pues sólo Eduardo Gutiérrez cae en un lenguaje propio de villanos, en tanto Beccar Varela avala la posición y difunde, “urbi et orbi” las tres misivas. Como era de esperar, estos escritos produjeron las respuestas, algunas duras y airadas, de quienes participaron en esta movida. Pero, analizando con objetividad, cuando la “trinidad” los acusó de ir al Penal de Campo de Mayo a humillar a los combatientes de nuestro heroico ejército con la presencia del ex guerrillero, quedó en evidencia que, quienes así opinaban no están muy acostumbrados a visitar presos pues es imposible ingresar en el Penal a menos que siquiera uno de los prisioneros autorice la visita y consienta en ella. Primer punto: los mismos presos acordaron la entrevista. Pero, además, ¿se tuvo en cuenta que quienes acompañaron a Labraña en esa visita eran, también, antiguos y heroicos combatientes en la guerra antisubversiva o la viuda de un heroico caído en combate? ¿Se tuvo presente, antes de criticar con tanta severidad, que entre quienes alentaban la iniciativa figuraban una señora y su esposo que dedican la vida a los presos y a sus familias?

Entiendo que se pueda estar de acuerdo o no, tener dudas sobre el tema; pero a la hora de hablar debió prevalecer la mesura. Eduardo Palacios Molina, por ejemplo, usó un lenguaje totalmente distinto planteando objeciones en un tono respetuoso y caballeresco. No obstante, pienso que hubiera sido mejor que siguiera planteando sus objeciones en privado, como lo había hecho desde un comienzo, para no alimentar a los “demonios” [no aumentar más la polémica].

Por supuesto, está el hecho de que los militares aludidos respondieron, a su vez, con indignación y altos decibeles. A uno de ellos le dije en privado, “por defender la entraña no pierdas nunca el estilo”. Pero esto, quizás, me resulte fácil decirlo porque no estuve en el monte, no participé de la lucha urbana, ni perdí un ojo en La Tablada. Digo, ¿siquiera por un instante, la “trinidad” originaria y los otros críticos, no pueden detenerse a pensar qué es lo que puede mover a los militares que están libres a librar todas las batallas posibles en pro de los camaradas presos? ¿A meterse en la mar de complicaciones, a sublimar todo lo subjetivo, a hacer lo que crean mejor para sus camaradas, las familias e intentar lograr la imperiosamente necesaria concordia nacional?

Cuánto más fácil es, “desde arriba”, caerles con una visión desarraigada de la realidad. ¿Es tan difícil intentar meterse en las almas de esos hombres que se enfrentaron a la guerrilla, estuvieron acara a cara con el enemigo, se tutearon con la muerte… para que la Argentina no fuera Cuba, para que nosotros pudiéramos tomar nuestra taza de té tranquilos?

Padecí la muerte de mi padre. Con esfuerzo perdoné -no es fácil- y nunca abandoné la lucha. Kunkel, Conti, Taiana, Filmus, son nuestros enemigos actuales. Con ellos no hay tregua. Ellos supieron con métodos distintos de los de los setenta continuar la guerra: gramscismo, Foro de San Pablo, Escuela de Frankfurt, FLACSO, chavismo (hay frentes para todos los gustos). Crucemos lanzas con ellos cada uno dentro del ámbito que le compete.

Me parecería “ubicado” dejar a los combatientes o a sus viudas el intento de llegar a la concordia con los enemigos que combatieron ayer.

¡Quien como ellos se puede sentir habilitado para esa tarea! Merecen nuestro respeto. Pueden equivocarse, por supuesto. Me pregunto si sus censores no se equivocaron nunca. Yo sí, me equivoqué muchas veces, quizás por eso intento comprenderlo.

Cuando leo muchas de las páginas escritas por “civiles” -hombres cultos- me asombra el desconocimiento absoluto que tienen sobre las guerras de nuestro tiempo. Sobre lo difícil que fue para los soldados profesionales intervenir en ellas con eficacia. Sobre el sufrimiento de ellos -los combatientes- y sus familias, antes y ahora, que han terminado en la cárcel. ¿Con qué soñarán estos “civiles”? ¿Con que si “cambia la mano” llenemos las cárceles de ex guerrilleros y sigamos con la rueda de odio y venganza? Para mí no existe la “lesa humanidad”. Hubo una guerra. Las acciones están prescriptas para los unos y los otros. Respetémonos entre nosotros y con los otros logremos la concordia porque de otra manera esto será un “medio oriente” en que no hay forma de parar.

Mientras escribo estas líneas llegan más mensajes de uno y otro lado. Pero en algún punto tengo que parar este escrito que aunque tiene como fin la concordia a lo mejor suscite algún enojo.

Antes de ponerme a escribir me apliqué el lema de los comandos: Corresponde, me atrevo. Espero que los amigos me perdonen el medio cibernético. Vejez y enfermedades limitan mi participación en las luchas callejeras de las que tanto disfruté antaño.

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