lunes, 27 de octubre de 2008

Homilía de la Misa en honor a S.S. Pío XII

Homilía por el Rvdo. D. Hernán Andrés Remundini, durante la Misa en honor de S.S. Pío XII en la Iglesia Catedral de La Plata el día 3 de Octubre de 2008, dando inicio a los homenajes al Papa que le tocó vivir la II Guerra Mundial y la posguerra.



Un merecido homenaje


Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia ha tenido siempre un especial y piadoso recuerdo de sus Pontífices: en primer lugar para con los Papas Santos, desde San Pedro al Beato Juan XXIII; pero también para con aquellos que se han destacado por la profundidad de su magisterio, por su honda espiritualidad, o por la sabiduría y temple con que condujeron al rebaño de Dios en circunstancias difíciles de la historia. Nosotros, al celebrar hoy la Misa votiva de San Pedro Apóstol, iniciamos con inmensa alegría, un mes de actos y homenajes al gran Papa Pío XII, con motivo de cumplirse el próximo 9 de octubre, 50 años de su muerte. Los textos litúrgicos de esta Eucaristía destacan en la persona de Pedro diversos aspectos del ministerio que Cristo le confirió, y que el Espíritu Santo ha garantizado a todos los sucesores del Obispo de Roma, y que nosotros iremos descubriendo a lo largo de estos encuentros, en el Papa Pacelli: su constitución como Piedra de la Iglesia, el poder sacramental de atar y desatar, la custodia de las llaves del Reino de los Cielos, la confirmación de los hermanos en la fe, en síntesis, el servicio de supremo Pastor del Pueblo de Dios.

Eugenio Pacelli

Eugenio Pacelli, nació en Roma en 1876, en el seno de una aristocrática familia italiana. Era el tercero de los cuatro hijos de los príncipes Filippo Pacelli y Virginia Graziosi. Desde muy pequeño manifestó sus intenciones de ser sacerdote, y después de prepararse en el seminario, fue ordenado en 1899. Estudió filosofía, se doctoró en teología y derecho civil y canónico bajo la tutela y protección del cardenal Vincenzo Vannutelli, un gran diplomático y amigo personal de los príncipes Pacelli, y quien hizo ingresar a Eugenio a trabajar en la Secretaría de Estado en el año 1901. Como diplomático, representó a los Papas León XIII y Pío X en numerosos acontecimientos internacionales. Durante la Primera Guerra Mundial llevó adelante el registro Vaticano de los prisioneros de guerra, y en 1917 el papa Benedicto XV lo nombró apostólico en Baviera, lo consagró Obispo e inmediatamente lo elevó a la dignidad arzobispal.

En 1929 el papa Pío XI lo nombró cardenal y Secretario de Estado, porque en un tiempo donde Alemania marcaba el ritmo de la época, Pacelli parecía ser el eclesiástico que mejor conocía el espíritu y las aspiraciones del nacionalismo germano, y que podía manejar con mayor habilidad las cuestiones de la política alemana. Una de sus actuaciones más importantes fue la de dar forma a la que luego sería la encíclica Mit brennender Sorge, con la cual se condenaba duramente las políticas del régimen nazi, y que fue leída en todas las iglesias Alemania el Domingo de Ramos de 1937, provocando la ira de Adolf Hitler. Durante su Secretariado, viajó como legado papal a los Estados Unidos, aquí, a la Argentina donde presidió el Congreso Eucarístico del 34, a Hungría y a Francia. Fue nombrado Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, y a la muerte de Pío XI, tuvo que organizar la sede vacante y el cónclave de sólo dos días, que en la tercera votación, lo elegiría Papa. el 2 de marzo de 1939.


Su Pontificado desde una perspectiva socio-política


En la perspectiva sociopolítica, tendríamos que destacar, dos contextos o realidades determinantes de su pontificado.

El primer contexto, terrible para el Papa y para todo el mundo, es el período de la II Guerra desde 1939 a 1945: un tiempo dramático signado por la destrucción, por las matanzas sistemáticas, por las persecuciones contra los judíos, pero también contra algunos cristianos, y por todos los males de la guerra, en una Europa caída en sus tres cuartas partes bajo el dominio alemán. Como Sumo Pontífice publicó documentos y dirigió mensajes que condenaban cualquier forma de totalitarismo, y mientras duró la guerra trató de conservar la presencia católica en los países beligerantes, llamando a la paz de una manera sistemática. Entre 1939 y 1940, más de una vez invitó a (Benito) Mussolini a no involucrar directamente a Italia en el conflicto; y más de una vez llamó a las potencias europeas a negociar para solucionar pacíficamente sus diferencias. Si bien su actitud fue moderada, equilibrada y prudente, realizó una importante labor caritativa y paliativa de las consecuencias de la guerra.

A pesar de esto, muy injustamente, muchos han intentado desprestigiarlo sugiriendo que no tuvo valor para enfrentar abiertamente al nazismo. Sin embargo, sus mensajes, su correspondencia y sus alocuciones, parecen, dentro de la prudencia de quien tiene que velar por toda la Iglesia y de quien puede ser la voz de los que no tienen voz, demostrar una actitud firme y crítica respecto de las consecuencias de la guerra, y especialmente del holocausto judío. En 1943, en una alocución al Sacro Colegio, decía a los Cardenales: “Nuestro corazón responde con solicitud atenta y conmovida a las oraciones de los que vuelven hacia Nos una mirada de ansiosa súplica, atormentados como están, por causa de su nacionalidad o de su raza, con las mayores desgracias, con los más penetrantes y pesados dolores, y entregados sin ninguna culpa a medidas de exterminio.” Bajo la dirección de Monseñor Montini, el futuro Papa Pablo VI, Pío XII, creó una oficina de información que transmitía noticias sobre prisioneros y desaparecidos. Miles de judíos fueron socorridos y refugiados en instituciones pontificias y conventos; y otros tantos salvaron sus vidas, por actas de bautismo falsas que les fueron dadas por orden del Santo Padre.

El segundo contexto, también de suma complejidad es el de la postguerra, y para el Papa se extiende desde los acuerdos de Yalta de 1945, hasta su muerte en 1958. Es el contexto de una Europa que había quedado dividida en dos grandes bloques: el bloque occidental-capitalista, y el bloque soviético-comunista. Una división que generó nuevas tensiones internacionales, y presentó a la Iglesia y al Romano Pontífice nuevas dificultades. En este tiempo, Pío XII fue el vocero para instar a la clemencia y al perdón de todas las personas que participaron en la II Guerra. Presionó, mediante el nuncio de Estados Unidos, para conmutar las sentencias de los alemanes convictos por las autoridades de ocupación. Y solicitó el perdón para todos aquellos que estaban condenados a muerte. Sin embargo, el derrumbamiento del régimen nazi, trajo consigo el ascenso del comunismo que se presentó como la nueva ideología enemiga de la fe cristiana y de una sociedad que había sido construida sobre las bases del cristianismo.

El Papa comenzó así, una reflexión sistemática y crítica en contra del comunismo. En 1949, autorizó a la Congregación para la Doctrina de la Fe a excomulgar a cualquier fiel que militara o apoyara al Partido Comunista, porque muchos católicos sufrían directa o indirectamente la opresión soviética en los países del eje. Frente al socialismo y el comunismo que intentaban imponerse mediante huelgas en algunos países capitalistas, fue surgiendo con fuerza el compromiso de los católicos en la política mediante la democracia cristiana que recibió un fuerte apoyo de la Santa Sede y del Papa en persona. Sin embargo, el comunismo continuó en expansión, y en 1949 toda China cayó bajo el poder de los comunistas de Mao Tse Tung, y en 1954 pasó lo mismo en Vietnam. El telón de hierro tuvo consecuencias nefastas para los cristianos que fueron duramente perseguidos y combatidos en esos países.


Su Pontificado desde una perspectiva teológico-pastoral


En la perspectiva teológico-pastoral, se combinan durante el pontificado de Pío XII sus profundas y claras reflexiones doctrinales, con medidas y decisiones pastorales muy concretas. En lo doctrinal, debemos destacar la sólida formación teológica de Pío XII, expuesta a lo largo de su extenso magisterio. Podemos señalar el hermosísimo tratado de eclesiología de la encíclica Mystici Corporis (1943); o la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943) con la cual intentó revitalizar la lectura de la sagrada Escritura en la espiritualidad católica, y motivar los estudios bíblicos; también sentó las bases a partir de las cuales podría más tarde continuarse una reforma litúrgica, con su encíclica Mediator Dei (1947). Con la encíclica Humani Generis (1950) ensayó una reflexión crítica sobre algunas posiciones falsas que amenazaban con arruinar los fundamentos de la doctrina católica, y repropuso la ortodoxia tomista tanto en la filosofía como en la teología. Más tarde, con la encíclica Fidei donum (1957), invitó a toda la Iglesia a reactivar su espíritu misionero. Sin lugar a duda, Pío XII, ha sido junto a Juan Pablo II, uno de los pontífices del siglo XX que no ha dejado tema sin tratar.

Además de las muchas beatificaciones y canonizaciones que se realizaron mientras fue papa, otro gran hito de su pontificado ha sido la gran constitución apostólica Munificentissimus Deus (1950) con la que promulgó la doctrina de la Asunción de la Virgen como dogma de fe católica y de la cual me permito, a modo de ilustración de la erudición y espiritualidad mariana del Pontífice, destacar algunos párrafos: “… las sagradas letras nos presentan ante los ojos a la augusta Madre de Dios en estrechísima unión con su divino Hijo y participando siempre de su suerte… por ello parece como imposible imaginar… que… siendo nuestro Redentor hijo de María… no podía menos de honrar… a su madre queridísima… que consiguió… como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y,… vencida la muerte ser elevada… a la suprema Gloria… donde brillaría como Reina… Por eso,… proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.”

Desde el punto de vista pastoral, Pío XII se encontró con todo tipo de personas y sectores de la sociedad, y escribió y dirigió mensajes sobre distintas cuestiones morales y pastorales. Se encontró con mandatarios, políticos, militares, obreros, sindicalistas, empresarios, matrimonios, familias, religiosos y religiosas, comadronas, etc. Impulsó el apostolado de los laicos especialmente a través de la promoción de movimientos apostólicos como la Acción Católica que puso el acento de la evangelización de los ambientes. En uno de sus radiomensajes con motivo del III Congreso Eucarístico del Ecuador, en 1958 invitaba con consejos prácticos a vivir santamente teniendo a la Eucaristía como centro de la existencia: “Vida cristiana… es inocencia y candor en la niñez, pureza y moralidad en la juventud, integridad y fidelidad en el matrimonio, unidad y mutua asistencia en la familia, fraternidad y respeto entre los hombres, justicia, caridad y paz en las relaciones sociales. Vida cristiana, como Nos mismo hacíamos notar en determinada ocasión, es oración y frecuencia de sacramentos, santificación de las fiestas y moralidad conyugal, cuidado por estudiar y conocer la propia fe y observancia de los principios morales, que deben regir la vida… En una nación donde el Santísimo Sacramento del Altar es siempre bendecido y alabado, en un pueblo que se nutre de la Eucaristía, la vida cristiana nunca podrá morir…”


Su piadoso tránsito y nuestra súplica


El 9 de octubre de 1958 en la villa papal de Castel Gandolfo, muy debilitado por su entrega al ministerio de Pedro en los tiempos tan difíciles en los que le tocó reinar, después del agravamiento de una enfermedad que lo aquejaba desde hacía varios años, entregó piadosamente su alma al Señor. Las palabras de sus humildes últimas voluntades, son el broche de oro de la gran herencia que ha dejado a la Iglesia en su magisterio y con su santa vida: “Apiádate de mí oh Dios, según la grandeza de tu misericordia. Estas palabras que con plena conciencia de mi indignidad e insuficiencia pronuncié al aceptar con temblor la elección como Papa, las repito con mayor razón porque el recuerdo de las faltas y deficiencias en que he incurrido durante este largo pontificado me hace ver con mayor claridad mi indignidad. Humildemente quiero pedir perdón a cuantos con mis palabras u obras he herido o perjudicado y a cuantos haya sido causa de escándalo. No es necesario que deje un testamento espiritual… porque las múltiples manifestaciones y discursos que he hecho relacionados con los deberes de mi ministerio bastan a quienes quieran conocer mis ideas…”

Nosotros desde aquí, cincuenta años después, al recorrer su vida, al repasar su vastísimo y profundo magisterio, y al valorar su legado espiritual, damos gracias a Dios por su luminoso pontificado y le pedimos con fe, que pronto podamos venerar a Su Santidad Pío XII, sucesor de Pedro, en el coro de todos los Santos, para mayor Gloria de Dios y de su Santa Iglesia. Amén.

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