sábado, 22 de junio de 2013

RECHAZANDO ENEMIGOS



Por Antonio Caponnetto

 
“Triste cosa es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, señal de que no tiene: ni talento que haga sombra, ni valor que le teman, ni honra que le murmuren, ni bienes que le codicien, ni cosa buena que le envidien” (Baltasar Gracián)
   
OBISPO EDUARDO TAUSSIG
   
El pasado 12 de mayo, en vísperas de la Festividad de Nuestra Señora de Fátima, se llevó a cabo en la localidad mendocina de General Alvear, próxima a San Rafael, el cuarto Congreso organizado por la Agrupación Formación Ciudadana, que nuclea a un conjunto vigoroso de jóvenes laicos, cristianos y patriotas.
    
El tema de este año era “El Fin de los tiempos”. Como en las anteriores jornadas, los organizadores tuvieron la generosidad de invitarme a disertar, teniendo a mi cargo dos conferencias. La primera sobre Algunas falsificaciones del Fin de los Tiempos, y la segunda sobre El Fin de los Tiempos y la Esperanza Cristiana.
    
Varias razones me llevan a brindar algunas noticias acerca de este viaje. La primera de ellas fue el éxito espiritual de este encuentro. Más de un centenar nutrido de asistentes —en su gran mayoría de jovencísimas edades y de sacrificados recursos— escucharon con atención las disertaciones; a las que siguieron preguntas, consultas, tertulias, fotos, firma de libros y todo tipo de expresiones de discipulado y de amistad. Procedían algunos de San Rafael, otros de la misma Alvear, algunos de Mendoza, y hasta hubo quienes se vinieron de la lejana Patagonia. El interés por “Cabildo” fue manifiesto y explícito, agotándose las decenas de ejemplares que se habían llevado para la venta. No tengo palabras para agradecerles tanta fidelidad a la Verdad, tantos deseos de servirla como católicos militantes y nacionalistas cabales; y tanto afecto a lo que uno representa, más alllá de las propias limitaciones.
    
La segunda razón por la que deseo dejar constancia de los frutos de este viaje, es porque tamaños logros espirituales se consiguieron a pesar de la enfermiza oposición del obispo local a mi presencia, quien con celo digno de mejor causa no dejó de hacer cuanto estuvo a su alcance para sabotearla. Se trató —redondamente— de una persecución personalizada y cerril, cuyos detalles (que darían para una antología del disparate clericalista), retratan una conducta afiebrada, un intelecto sin hondura, un rechazo a la disputatio académica, una carencia grave de acuidad interpretativa, y un odio visceral por el Nacionalismo Católico, que es odiar doblemente a Dios y a la Patria.
  
Agradezco formalmente a Taussig que, como en anteriores ocasiones, me haya distinguido con esta persecución pública, obsesa y pertinaz. Porque —como ya lo he explicado largamente en mi libro “La Iglesia traicionada”— la tal animadversión a quienes procuramos conservar la Fe Católica, procede de pastores cobardes y heterodoxos, cuya descripción, repudio y condena aparece en los mismos textos del Apocalipsis, cuando se exhiben las trágicas miserias de Laodicea o de Pérgamo.
    
Pastores infieles, a quienes no perturban los contubernios con judíos y masones, politicastros y sodomitas, pero enloquecen de ira ante la llegada a sus diócesis de un simple bautizado leal. Demócratas y pluralistas con los injuriadores de Cristo, tórnanse autoritarios y despóticos con quienes predican Su Realeza.
   
Aviso asimismo, por este medio, que mientras haya amigos dispuestos a recibirme, y el Señor me conserve el resto de salud del que dispongo, seguiré viajando a estos rincones entrañables de la Argentina, llevando lo único que tengo y que al parecer incomoda y amedrenta tanto a los mercenarios: mi palabra.     

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