jueves, 11 de abril de 2013

HAY QUE CAMBIAR DE OPINIÓN CUANDO UNO SE EQUIVOCA



Por el Dr. Cosme Beccar Varela
Buenos Aires, 10 de Abril del año 2013 - 1152

Las decisiones políticas son casi todas materia opinable. Por lo tanto, nadie puede pretender tener razón más allá de toda duda. Sin embargo, siendo que lo que está en juego en la política es el bien común y en alguna medida no despreciable, la salvación de las almas, es necesario considerar muy atentamente los fundamentos de las diversas opiniones para alcanzar una razonable certeza que nos permita actuar, especialmente en situaciones graves como la que estamos viviendo.

Lo primero a tener en cuenta es que no es lo mismo la opinión de un iletrado frívolo que la de un señor culto y serio que habitualmente piensa sobre los asuntos políticos. El hecho de que la opinión del iletrado frívolo sea compartida por 10.000.000 de otros como él, no le agrega ni un miligramo de peso a su opinión, porque la cantidad no puede nunca modificar la calidad de una idea. Así como tampoco el hecho de que la opinión de un señor culto y serio caiga en el más impenetrable silencio y que nadie la comparta, le quita nada a su valor.

Luego del argumento de autoridad -que no es despreciable, como bien lo sabían los antiguos griegos, vienen los raciocinios y las pruebas de los hechos observados con ojos desprejuiciados.  Si sobre un mismo asunto hay dos opiniones contradictorias, hay que ver cuál de las dos tiene a su favor los mejores argumentos y las mejores pruebas. Sólo un fanático puede descartar este criterio basándose en un puro partidismo: "Lo dijo mi jefe, luego eso vale más que lo dicho por el otro". Semejante idiotismo sólo puede aceptarse en tribus de salvajes pero nunca en países civilizados.

Alguien me preguntará si esta argentina (con minúscula) en que sobrevivimos puede considerarse un país civilizado o si cae en la sub-categoría de las tribus aludidas. Es uno de los asuntos discutibles sobre el que no tengo opinión formada. Me inclino a pensar que hasta hace un tiempo todavía era un país civilizado pero que se va convirtiendo rápidamente en una toldería. Sin embargo, como quedan todavía algunos restos dispersos de cultura, tal vez pueda impedirse la caída final hasta llegar al taparrabos, aunque en las playas veraniegas el personal femenino ya está más allá del taparrabos y una parte del masculino no se distingue del no masculino, todos con taparrabos...

Dos opiniones contradictorias no valen por igual. Es falso dejar esa dicotomía en pie diciendo: "cada uno tiene su verdad". Esta suele ser la posición que adoptan los que tienen poder. La opinión de estos prevalece por la fuerza, como decían los antiguos "quia nominor leo" (¡porque soy el león!). En una sociedad relativista como es la de hoy, la fuerza es la que vale, no la razón.

Sin embargo, entre personas decentes ese estilo prepotente no debería aceptarse y todos los hombres serios deberían tener interés en dialogar y aún polemizar sobre los asuntos políticos para mejorar sus posibilidades de opinar con rectitud. Cerrarse en la propia opinión, sin querer oír o sin querer responder a la opinión contraria es una prueba infalible de mala fe y descalifica al que lo hace y, por ende, a su opinión.

Es cierto que la Verdad absoluta sólo existe en asuntos de Fe o filosóficos. En los juicios sobre los hechos y sobre las cosas por hacer no se puede alcanzar esa certeza porque como bien dice la definición escolástica "opinión es una afirmación con temor de que la contraria sea verdadera". El "temor" aludido, sin embargo, no nos debe arredrar, como ningún otro temor, de afirmar o hacer con entusiasmo lo que pensamos, excepto que alguien nos demuestre que estamos equivocados.

El hombre de buena fe busca ser corregido. Pretendo ser uno de esos y me he pasado la vida buscando ser corregido. He intentado tender puentes de diálogo o de polémica con todos los que me son afines y aún con los contrarios. Pero siempre he obtenido "la callada por respuesta" o el insulto como réplica, pero el insulto nunca es un argumento. Eso me hace sospechar que mis opiniones son las correctas, aunque respetando la definición escolástica no descarto que me equivoque. Sin embargo, tantos años opinando y tantos años viendo que los hechos confirmar mis previsiones me obligan a seguir opinando como lo hago.

* * *

Todo esto viene a cuento porque mis muy queridos amigos los Abogados por la Justicia y la Concordia, a quienes admiro por su caridad de visitar a los secuestrados políticos, ignoran sistemáticamente mis objeciones a su propuesta de "concordia" con esta tiranía y sus sicarios. En sus casi cinco años de antigüedad no han conseguido ningún gesto de "concordia" por parte de la tiranía, y entretanto los secuestrados aumentan en número y los que mueren en las mazmorras son cada vez más (y la argentina marcha inexorablemente hacia el comunismo).

Ellos dicen que la "concordia entre los argentinos" es la "premisa indispensable para alcanzar la plena vigencia del estado de derecho", pero la verdad es que la cosa es exactamente al revés.  

La discordia que nos separa de los sectarios adueñados del poder tiene profundas raíces doctrinarias de Fe y de razón. Es imposible la concordia con enemigos tan radicales.  Sólo sería posible una especie de armisticio si tuviéramos una posición de fuerza política que los obligara a ello. Sin eso, la bonhomía de la Asociación no sirve sino para envalentonar a los tiranos.

Por lo tanto, es necesario que los 500 o más abogados que la forman se decidan a combatir y a movilizar la opinión pública para que advierta la enormidad del crimen que se está cometiendo contra los secuestrados. Sin eso, la mejor buena voluntad se estrellará siempre contra la decisión sectaria de la tiranía.

No sólo está en juego la libertad de los secuestrados sino también el futuro de nuestra Patria a la que quieren convertir en un Estado marxista-leninista.  

Nuestra única posibilidad de éxito es alertar a la opinión pública sobre el gravísimo peligro que implica la política en la que está embarcado el gobierno. Privados del apoyo de los partidos políticos "opositores", de la fuerza armada, de la prensa, sólo nos queda la opinión pública a la cual hay que recurrir por todos los medios a nuestro alcance. Pero eso es imposible sin que empecemos por tomar una actitud alerta, combativa e intransigente o sea, lo contrario de la "concordia" unilateral y sin posibilidad alguna de correspondencia de la otra parte.

¿Existe alguna manera de mover la opinión pública? Le sugiero que lea el plan de los homosexuales para conseguir el apoyo de esa opinión para su campaña de legalización de su vicio contra natura (ver nro. 4290, del 8/4/2013, de la Sección "Correo del Lector" de este periódico). Mutatis mutandi, eso es lo que hay que hacer para “deslegitimar” la tiranía.

Todo empieza con una decisión personal de cada uno de los dirigentes de la Asociación para lo cual no se necesita ni financiación, ni apoyo político, ni votos: sólo tener la inteligencia y el coraje de cambiar de opinión y decidirse a hacer otra cosa.

Cosme Beccar Varela  


e-mail: correo@labotellaalmar.com

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